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¿Os imagináis que las embajadoras universales de la
canción mexicana no sean mexicanas de nacimiento?
Ya consiguieron
abrazar la bandera de la cultura popular mexicana a través de su obra la
costarricense Chavela Vargas o la española Rocío Dúrcal, y la chilena Mon
Laferte lleva años allanando un camino que certifica con “SEIS”, un álbum
explícitamente mexicano y mexicanista, en donde deja un poco de lado su facción
más swing y explora más que nunca el corrido, el bolero, la música norteña y el
sonido mariachi
.

Tras una serie de álbumes en donde Mon Laferte perfiló
una personalidad que la ubicaba como una suerte de cantora comprometida y
rebelde, pero que conectaba la idea de canción melódica o bolero con una sonoridad
más cerca al swing o a la big band; en su nuevo ejercicio discográfico
directamente abraza las tubas, trompetas y vihuelas, y recodifica los símbolos
de la música mexicana con un cancionero original que la posiciona, ahora sí,
como una neotonadillera universal a la par que embajadora sonora de la música
mexicana
.

Más allá de alguna excursión a géneros como la bossa nova
(la prescindible “Canción feliz”), el nuevo álbum de la chilena es un
auténtico manual mexicanista, pero sin perder su carácter reivindicativo ni sus
marcas de agua más reconocibles
. Tanto cuando se alía con Gloria Trevi (en
el tumbao “La Mujer”) para cuestionar los roles de la mujer en un mundo
machista; como cuando se alía con Alejandro Fernández para sonar como el Luis
Miguel de “La Bikina” (en “Que se sepa nuestro amor”); como cuando bascula por
una cumbia abolerada para cuestionar la democracia (en, valga la redundancia, “La
Democracia”); cuando recuerda a las presas de Valparaíso junto a una banda de
veinte mujeres (“Se va la vida”); o cuando proyecta el sonido norteño y a la
música de banda (en la epilogar “Se me va a quemar el corazón”), Laferte
muestra sus credenciales más mexicanas.

Pero también desarrolla aún más algunos de los puntos
fuertes de su obra, como cuando lleva a una nueva dimensión el género de
despecho en una canción melódica con mucho de Rocío Jurado y el sonido de las canciones
de Manuel Alejandro (“Aunque te mueras por volver), cuando compone un himno contra
el femicidio en un bolero de influencia cubana (“Calaveras”) o cuando firma una
canción romántica de una profundidad lacrimógena que suena a crooneresa transgeneracional
(“Amado mío”). Inabarcable e infinita, quizá estemos ante el álbum más redondo
de la nueva mexicana universal, sin ser nada de eso
.

Alan Queipo