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Cuando don Alfredo Valdés se radicó en Nueva
York tenía 46 años y un hijo de 15 que ya le seguía los pasos. Pero don Alfredo
era cantante y su hijo pianista. Así comenzó, en 1956, la segunda vida de un
sonero que había hecho parte de las orquestas más populares de su país,
incluidos el Boloña, el Septeto Nacional y el Havana Casino. Sus hermanos
también eran músicos, Óscar Marcelino y el más famoso, Vicentico Valdés. Pues
bien, este talento innato se apoyó en las relaciones artísticas de Vicentico y
en viejos amigos como Óscar Boufartique para grabar una serie de discos, entre
los que destacó Viva Valdés en 1963. El tema de hoy, como no, en La Hora
Faniática.