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Dicen que la hija del Reverendo C.L.
Franklin
de Detroit tenía una voz capaz de hacer estremecer a las montañas.
Aretha Franklin (Memphis, Tennessee, 25/3/42-Detroit, Michigan,16/8/18) cantaba como solista en el coro de la Iglesia New Bethel
Baptist y aquello era puro góspel -término genérico que significa “evangelio”-,
una herencia cultural de los esclavos africanos en el Nuevo Mundo, circunscrita
a la música de iglesia y a los “espirituales negros” que surgieron durante el
esclavismo y pertenecen a la literatura oral, anónima y comunitaria del pueblo
afro-americano a finales del siglo diecinueve.

Pero el góspel no quiso quedarse en el guetto
y Mahalia Jackson fue la primera artista en conquistar audiencias mucho más
amplias, dando lugar a estilos profanos como el doo-woop y el primer soul.
Cuando la madre de Aretha dejó el hogar en 1948, su lugar fue parcialmente
ocupado por Mahalia, y aquella niña de apenas 7 años empezó a recorrer los
circuitos evangélicos. A los 14 años grabó su primer disco, Aretha Gospel, para la discográfica
Checker, y a los 13 tiene su primer hijo. A los 15, el segundo. Y a los 18, el
cazatalentos de Columbia, John Hammond -que había descubierto a Bessie Smith,
Billie Holiday, Count Basie y Bob Dylan- la contrata por cinco años.

Aretha tiene su primer éxito con el tema
Today I sing the blues”, a los que siguen grandes interpretaciones de standards de jazz como “Skylark”,
compuesta por los excelsos Johnny Mercer y Hoagy Carmichael, o “God bless the
child
” -tema inmortalizado por Billie Holiday-, pero la estructura de Tin Pan
Alley
y la apuesta de CBS por que Aretha cante baladas de blues y música
melódica la constriñen y dilapidan su talento. Hasta que, en 1966, el productor
Jerry Wexler -que había producido a Ray Charles durante muchos años- la rescata
para el sello Atlantic y Aretha empieza a ser ella misma.

Entre 1967 y 1972
Franklin escribe el capítulo más brillante del pop negro, una decena de álbumes llenos de pasión y ternura,
teniendo como base sus principios en el góspel y su capacidad para llegar hasta
la misma esencia del blues. Esta
mezcla musical adquiere el nombre de soul,
un nuevo género que iba a expresar de forma contundente el orgullo racial de la
minoría negra durante los turbulentos años 60. Así, sobre las bases sentadas
por Ray Charles y Sam Cooke se levantan voces apasionadas como las de Otis
Redding
, James Brown y Aretha, que emocionarían a medio mundo.

El
resto es historia. La historia de “Lady Soul”, cuyo lamento y exasperación
emocional jamás se volvería a oír en el pop.