Si, como sostienen algunos, el resplandor de Australia
tiene tanto voltaje que hace añorar la oscuridad, el cantante y músico
autodidacta Geoffrey Gurrumul Yunupingu (1971-2017)
es el trovador insignia de una tierra donde la muerte está colgada de un fino y
esplendoroso hilo. El olvido de las canciones es como apagar la luz y conlleva,
dicen los mayores, la destrucción del mundo y el exterminio de sus habitantes.
Nacido en el clan de los Gumatj del gran desierto noroccidental del país,
Gurrumul fue el único aborigen que traspasó la compleja y aún lacerante
frontera racial australiana y fue escuchado con silencio y veneración por
músicos blancos.
Dejó una huella muy profunda pese su lacónico paso por el
mundo. Son de tal belleza las voces de los espíritus de la tierra que condensó,
que obliga a la escucha en estado de asombro. Ciego de nacimiento, de mecánica
orgánica delicada y personalidad retraida, nunca quiso ni una sola moneda
ganada con la música. Una y otra vez repetía a managers y empresarios
que enviasen el dinero a sus padres y hermanos para que pudiesen “comprar buena
salud”. Dejó pocas grabaciones, pero tienen volumen continental.