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Oigan,
ningún problema en montar un programa sobre las bebidas alcohólicas: abundan las canciones al respecto. Sobre
todo, en Estados Unidos. En un arrebato de buenísimo, allí se les ocurrió una
legislación federal para erradicar su uso. Mediante una reforma constitucional,
la Prohibición se puso en marcha el 17 de enero de 1920.

Ya
saben los resultados: lo han contado películas, series de TV, libros. Un desastre que provocó envenenamientos
masivos, la expansión del gansterismo, la corrupción de muchas autoridades, el
hundimiento de la industria del alcohol, la ruptura con la legalidad de
millones de ciudadanos (incluyendo muchos congresistas y senadores que habían
votado a favor de la Decimoctava Enmienda). Y la extensión del “vicio” a la mitad
femenina de la población, hasta entonces alejada de tabernas y saloons, establecimientos
nítidamente masculinos.

La
Ley Seca, como experimento de
ingeniería social, fracasó de manera tan catastrófica que, trece años después,
la citada enmienda fue derogada. Con matices:  a nivel local, un Estado, ciudad o condado
podía vetar la fabricación y venta de bebidas alcohólicas; son las llamadas
zonas secas. El consumo de alcohol
volvía a  ser una elección propia, un
asunto de libertad individual (verán
que la mayoría  de los temas que hoy
suenan se expresan en primera persona).

Toda
esta situación creó la épica del bootlegger, el fabricante de licor
clandestino.  Unos brebajes conocidos
como moonshine, “luz de luna”, debido
a que se elaboraban de noche y en lugares remotos para evitar ser detectados
por los agentes federales.

Aparte
de alguna pieza country, casi todas las canciones pertenecen al rhythm and blues más exuberante. Con un capricho final, una parodia de
Ray Davies sobre esas historias moralistas de hombres echados a perder por la
dipsomanía y las pelanduscas.