Imagina la siguiente situación: ante un fin de semana lleno de planes, todos tus amigos en la ciudad, cenas, fiestas, domingos al sol, de repente como una maldición, sucumbes ante un insignificante resfriado. Cama, fiebre, dolor muscular, días de sopa y pastillas efervescentes. Depresión total. Ya sabes lo que viene después: ese terrible momento en el que tus colegas mandan fotos de los momentos más divertidos, haciendo la gracia de que se están acordando de ti. Y piensas, “yo haría lo mismo”. Pero, reconócelo, te jode mucho.
Ya estás metido en escena, ahora imagina que empiezan a caer unas gotitas del cielo. Primero leves, como un llanto, pero cada vez se hacen más y más fuertes. Llegan primeros los truenos y con ellos los relámpagos. Te asomas por la ventana y ves las calles despejadas, las mismas calles que antes eran un hormiguero de personas en pleno ocio. No sabes porqué ni cómo pero toda esa frustración que sentías por tu encarcelamiento voluntario se transforma en una sensación de tranquilidad y arrullo. Estás bajo los efectos del crisalismo, una emoción parecida, según los expertos, a la protección que sentíamos cuando estábamos en el útero materno.
Vale, nos dirás, ¿y si no empieza a llover?, ¿hay algo que podría aliviarme medianamente de la sensación de angustia anterior? Pulsa play.