"El exceso es el veneno de la razón"
Francisco Quevedo
Muchas de nuestras madres y abuelas sabrán que el aceite de ricino era ese mejunje que olor rancio que, aplicado a voluntad en las pestañas antes de dormir, te aseguraba tener una mirada que sería la envidia de la mismísima
Greta Garbo. Otro uso menos cosmético del aceite de ricino era, digámoslo así, como limpiador interno.
Servimos estas indicaciones ya que algunos no entenderán cómo un producto, aparentemente inocuo, se encuentra en la nómina de venenos de
Don’t Kill My Vibes. Pues bien, para sorpresas de muchos la ricina es uno de los mortíferos más letales de cuántos se conoce en la faz de la Tierra. Si no pregunten en la KGB. Supuestamente, el servicio de inteligencia ruso utilizó este compuesto para quitarse -supuestamente- de encima a un espía díscolo,
Georgi Markov. El atentado tuvo lugar en Londres y se hizo a la manera de un gentleman local: el pico de un paraguas sirvió de jeringilla para introcudir la dosis necesaria de veneno. Muerte fulminante e instantánea.
A Londres vuela DJ Andy Grey, sin gabardina ni umbrella, debido a las altas temperaturas estivales pero con toda la clase y flema que se supone a la música británica. Una sesión que se sitúa a medio camino entre la perversidad algodonada de las novelas de Agatha Christie y la acción trepidante de un agente al servicio de su graciosa Majestad.