En su cuarto álbum homónimo La Luz encontró un espíritu afín en el productor Adrian Younge. El resultado es un álbum que es a la vez el más naturalista y psicodélico de la carrera de la banda. Todos los elementos del clásico La Luz todavía están presentes: las armonías exuberantes, las melodías hermosas, pero es una iteración más rica y terrenal. Con sonidos que van desde fantasmales reflejos de guitarra eléctrica fuzz-guitar, al dream-funk impulsado por órganos, sintetizadores galácticos y alegre folk-pop de los 70. Un trabajo que celebra el amor por la música, la amistad y la vida en todas sus formas.
