Se llamaba Carlitos Perdomo Yánez,
pero lo llamaban El Negrito Calaven. Había llegado de Barlovento a Caracas para
ganarse la vida en la calle. Vendía mangos y cantaba la salsa como nunca antes
ni después se escuchó en Venezuela. ¿Porqué? Porque siempre dejaba algún
segundo en silencio, y cuando parecían que no iba a decir nada, lo decía todo.
Un ejemplo es esta canción que les traigo, El Panadero, donde improvisa,
recita, grita, frasea, murmulla. Va y viene, arriba y abajo con su tono nasal.
Un cantante callejero inimitable, que sucumbió a la bebida una tarde cualquiera
en una calle de Caracas. Lo acompaña la banda Los Calvos, que grabó dos dos
discos, pero nunca tocó en directo.