En menos tiempo que necesita una Revolución para cambiar una nación, el
cubano Amado Borcelá pasó de ser
el cantante de Una cierta
sonrisa a reinar como “Guapachá el mejor”. Era una época movida. Bebo Valdés,
quien lo acompañaba en sus debuts,
volaba a toda prisa hacia México en busca de un
nuevo horizonte. Llevaba en sus equipajes las últimas páginas del jazz clásico escritas en la isla, y dejaba a Amado en manos de su vástago Jesús Valdés. Chucho -como
se le conocía al muchacho- también estaba revolucionado. Con su combo,
impulsaba un lenguaje jazzístico novedoso y rompedor que permitió al canto
bruto de Amado depulirse, emanciparse, liberarse.
Conversando con el piano de Chucho,
con las pailas de Emilio del Monte, con la guitarra eléctrica de Carlos Emilio Morales o con el
trombón de Alberto Giral, su
scat arisco e indómito se hizo ricura, sabor y emoción. Se hizo canción del alma. Se volvió indestructible y eterno.
Eterno como la descarga jazz
Melodía en abril que
escuchamos ahora.