Dios nos compró con la sangre de Su Hijo y con Él nos ha dado todos los recursos que necesitamos para conducirnos de tal forma que reflejemos a Cristo en nuestra manera de vivir. Dios nos ha dado por Su divino poder y Sus preciosas y grandísimas promesas, todo lo que se requiere para la salvación y una vida de santidad. Incluso el querer como el hacer son regalos de la buena voluntad de Dios.
Sin embargo, es importante notar que el progreso en nuestra vida espiritual no viene automáticamente por el simple hecho de tener los recursos. El Señor diseñó la vida cristiana de tal manera que Él provee los medios y a nosotros nos corresponde aprovecharlos. Dios ha determinado que el crecimiento espiritual en la vida del creyente no esté desligado de un esfuerzo diligente y constante.
Por esta razón, los creyentes debemos poner toda la diligencia necesaria para crecer espiritualmente. Y más aún cuando la Escritura nos muestra que el crecimiento no es opcional, sino un resultado natural del nuevo nacimiento.