Un hombre de negocios tenía montones de dinero en el banco. Sin embargo, lo que tenía no le parecía suficiente; quería más. Así que emprendió negocios turbios sin ningún escrúpulo. No tuvo consideración ni con sus competidores, ni con sus empleados. Lo que buscaba era la propia ventaja. Apenas tenía un rato libre para su familia… Todas sus actividades tuvieron una sola meta: aumentar sus bienes.
Por fin llegó el momento cuando se dijo a sí mismo: “Ahora está bien, tengo suficiente. Puedo tener una vida tranquila, gozando de todo: ir de vacaciones tres veces al año, comer en el mejor restaurante, conducir el coche más lujoso, hacer lo que me da la gana y sentirme libre como un pájaro en el aire…”
En aquella misma noche murió.*
¿Cómo administras tú tus bienes? ¿En qué inviertes tus dones, tu tiempo y tu dinero? ¿Y qué haces con el inmenso regalo de salvación que Dios te ofrece? La Biblia nos enseña que Dios es el dueño de todo: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” (Salmo 24:1). Por lo tanto, debemos manejar bien nuestra vida con todo lo que somos y poseemos.
En esta edición analizamos la mayordomía bíblica, sus implicaciones y las consecuencias que tiene para nuestras vidas.