Jesucristo, el Hijo de Dios, murió en la cruz por nuestros pecados y resucitó el tercer día. Éste es uno de los puntos esenciales de nuestra fe cris-tiana. Y no solamente es una creencia, sino un hecho que tiene consecuencias de gran alcance.
Hans Küng escribe al respecto: “La resurrección no es el retorno a esta vida espacio-temporal. La muerte no es revocada, sino vencida definitivamente. Según la concepción del Nuevo Testamento, Jesús no ha vuelto a la vida biológico-terrena para morir otra vez, como otros despertados de la muerte (como por ejemplo la hija de Jairo, el adoles-cente de Naín y Lázaro por el propio Jesús). No; Jesús ha traspasado definitivamente la última frontera de la muerte. Ha entrado en una vida completamente distinta, imperecedera, eterna, ‘celestial’: la vida de Dios”.
Por eso, Jesucristo puede decir: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25). En esta edición queremos ver qué consecuencias tiene la resurrección de Cristo para nuestra vida actual cotidiana y para nuestra eternidad.