
De notable se puede calificar la presentación de la Orquesta Estatal de Gdansk en Alicante, acompañada de la Orquesta de la Ópera de Szezccin y un elenco de voces internacionales, en una producción propia de "El caballero de la rosa" de Richard Strauss que había despertado expectación entre el público alicantino hasta el punto de llenar el aforo del Teatro Principal.
Tanto la orquesta como los cantantes rayaron a gran altura en una ópera que va creciendo en intensidad según avanza cada uno de los tres actos que la componen y en la que predominan las voces femeninas, principalmente el trío protagonista formado por dos sopranos (Beela Müller y Katharina Oles-Blacha en los papeles de la Mariscala y Sophie respectivamente) y una mezzosoprano (Katharina Holysz-Gemeinhardt como Octavian).
Beela Müller dibujó una Mariscala redonda en el primer acto, donde le corresponde soportar la tensión dramática al progresar el personaje de la frivolidad a la melancolía tras observar en sí misma el inexorable paso del tiempo. Su equilibrado fraseo se movió con soltura por el registro, alternando desde el lirismo de los agudos hasta las conmovedoras sombras de los graves con los que predice el abandono por parte de su amante.
En el segundo acto, la música de aires straussianos del primero deja paso a unos tonos más mozartianos e incluso wagnerianos, con los que el compositor acentúa el aire de vodevil de la trama. Aquí, el papel dominante corresponde a los jóvenes amantes y al Barón. Pocas veces en la historia de la ópera ha sido descrito un flechazo con la ternura y elegancia que Strauss imprimió a la escena de la rosa plateada, sin duda el momento más logrado de la noche por parte de la soprano Katharina Oles-Blacha y la mezzo Katharina Holysz-Gemeinhardt. El contrapunto humorístico y cortesano (también viril) a tanto sentimiento trascendental correspondió al burdo Ochs, interpretado con gracia escénica y solidez en el registro grave por el bajo Ivaylo Guberov. Espléndido fue su vals "Ohne mich, ohne mich...".
De ahí la ópera prosiguió hasta su culminación en el trío del tercer acto, un momento de singular belleza donde las tres voces femeninas protagonistas superaron con expresividad y delicadeza el reto de entrar de forma sucesiva para crear la justa tensión teatral sin que el efecto resulte monótono ni confuso.
En cuanto a la orquesta, dirigida desde el podio por Eckart Manke, ésta fue de menos a más, logrando imprimir a la partitura las sonoridades y efectos dramáticos tan característicos de Strauss. Exquisito fue su 'pianissimo' del final del primer acto, estropeado por el inevitable sector impaciente del público, tan deseoso de aplaudir antes de que cese la música. Igualmente, resolvió con acierto la atmósfera metálica necesaria en el dúo de la rosa.
Como único reparo al festejo musical, debemos citar algunos descuidos en la dirección escénica, de tal modo que, en ocasiones, al abrirse la puerta posterior del escenario, algún sector del público veía muebles en los bastidores, hecho que rompía el efecto visual de la ópera; o algún foco mal dirigido que molestaba igualmente a la audiencia. Fueron pequeños defectos escenográficos que no empañan el excelente trabajo de músicos y cantantes en una ópera que avanza leve como un vals para, entre enredos de alcoba, narrar con sublime sutileza los avatares del paso del tiempo.
Escuchemos, pues, uno de los momentos culminantes de la noche, el trío del Acto III, interpretado con inmaculada vocalización y generosa capacidad dramática por Katharina Holysz-Gemeinhardt, Katharina Oles-Blacha y Beela Müller, acompañadas por la Orquesta Estatal de Gdansk.