La homilía del Papa Francisco a propósito del Domingo de Ramos dándole inicio oficilamente a la Semana Santa, que nos invita a vivir este tiempo de reflexión desde nuestros hogares debido a la cuarentena en la que nos encontramos, me ha tenido la cabeza dando vueltas desde entonces.
El Sumo Ponfítice nos invitó a servir y para ello puso como ejemplo a Jesús, quien vino a este mundo a servirnos, no a esperar a que le sirvieran, como lo hacemos nosotros la mayoría del tiempo, esperamos que nos sirvan en los restaurantes, en los bares, en el banco, en el supermercado, en la escuela y por supuesto en la casa. Estamos tan acostumbrados a que sean los otros los que nos sirvan que, cuando eso no sucede, entonces nos enojamos, nos molestamos, despotricamos en contra de los otros, y como si esto fuera poco, reclamamos. Que nos sirvan parece ser nuestra consigna diaria. Siempre esperando de los demás, que sean los otros los que nos traigan o nos den.
Desde lo micro, hasta lo macro, se nota nuestra falta de compromiso en materia de servicio. He llegado a la conclusión que esta manera tan egocéntrica en la que gira nuestro mundo interno, el cual se traduce en nuestro comportamiento externo, es el que ha llevado a nuestros países a estar sumidos en la probreza que enfrentamos por siglos. Siempre estamos esperando que el Gobierno provea, que ellos nos den, que las soluciones las presenten ellos, que sean ellos los que nos arreglen la vida, creemos erróneamente que la obligación para lograr una sociedad más equitativa e igualitaria está en manos de los otros, no nuestra, convencidos equivocadamente que tenemos que sentarnos a esperar que los demás actúen en favor de lo que consideramos es justo para nosotros.
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