El conflicto entre Israel e Irán se ha convertido en uno de los focos más peligrosos y complejos de la política internacional contemporánea. Las tensiones, que durante años se han canalizado a través de enfrentamientos indirectos, sabotajes y ataques cibernéticos, han alcanzado un punto crítico en el contexto actual. La reciente escalada, marcada por ataques directos y amenazas explícitas, pone en riesgo no solo la estabilidad de Oriente Medio sino también la seguridad global.
Irán mantiene su estrategia de apoyo a grupos armados como Hezbolá y a las milicias en Siria y Yemen, lo que alimenta la percepción israelí de un cerco hostil a sus fronteras. Por su parte, Israel responde con una política de acción preventiva, que incluye bombardeos selectivos y operaciones encubiertas, dirigidas a frenar el avance de las capacidades militares iraníes en la región. Esta dinámica de agresión y represalia no solo perpetúa el conflicto, sino que incrementa la posibilidad de un enfrentamiento abierto que podría involucrar a actores internacionales.
La comunidad internacional parece incapaz de frenar esta espiral. Los intentos diplomáticos resultan insuficientes ante los intereses cruzados de potencias como Estados Unidos, Rusia y China. Mientras tanto, las poblaciones civiles son las principales víctimas de esta tensión constante. Es necesario replantear las estrategias para evitar que la rivalidad entre Israel e Irán termine desatando una guerra regional de consecuencias imprevisibles. La inacción, en este contexto, solo alimenta el riesgo de un desastre mayor.