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La masonería es una organización que, bajo el velo de filantropía, fraternidad y simbolismo, ha operado durante siglos con un nivel de secretismo que alimenta dudas legítimas sobre sus verdaderas intenciones. Aunque sus defensores insisten en que se trata de una institución de pensamiento libre, moralidad y progreso, la realidad histórica y política de la masonería ha demostrado, en múltiples ocasiones, un poder en la sombra que ha influido en gobiernos, religiones y estructuras sociales sin rendir cuentas a nadie.

Uno de los aspectos más preocupantes de la masonería es precisamente su estructura jerárquica y secreta. ¿Por qué una organización que se proclama defensora de la verdad necesita rituales de iniciación ocultos, niveles de poder herméticos y reuniones a puerta cerrada? En una sociedad democrática y abierta, ese tipo de opacidad debería alarmar. ¿A quién benefician realmente sus decisiones y pactos? A menudo no al bien común, sino a sus propios miembros, que se posicionan en lugares estratégicos de poder, desde la banca hasta la política, pasando por la judicatura.

Históricamente, los masones han participado en conspiraciones políticas, golpes de Estado y revoluciones. No son pocos los documentos y estudios que vinculan a logias con desestabilizaciones sociales o infiltraciones en instituciones clave. Su influencia en el nacimiento de muchas repúblicas liberales no fue casual, sino diseñada desde salones privados, donde unos pocos decidían el destino de muchos. Lo paradójico es que una organización que predica libertad y fraternidad, funcione internamente como una élite excluyente, donde solo acceden los “iniciados”, y donde se exige lealtad incluso por encima de la ley.

Además, la masonería presume de ser apolítica y areligiosa, pero ha interferido sistemáticamente en asuntos de Estado y ha trabajado contra instituciones religiosas tradicionales, especialmente la Iglesia Católica, a la que ha declarado enemiga abierta en muchos momentos de la historia. Sus símbolos están presentes en monedas, edificios oficiales y monumentos públicos, lo que revela una penetración ideológica profundamente preocupante.

La masonería no es una simple asociación benéfica ni un club de caballeros ilustrados. Es una red de poder paralela, con intereses particulares y una agenda que muchas veces ha ido en contra de la transparencia, la igualdad real y la democracia. Cualquier organización que actúe entre sombras, se crea superior al resto y rehúya la rendición de cuentas, merece una crítica severa. La masonería no es la excepción.