Toda organización tiene su dirigente. Si no lo tuviera habría completa confusión y no se lograría hacer nada. Aunque todos los miembros de una organización tuvieran la capacidad de dirigir el trabajo de dicha organización, cada cabeza es un mundo, así que siempre sería necesario que uno diera algo de dirección para que todo pudiera caminar con formalidad.
Nuestro Señor Jesucristo no ha dejado su ejército sin liderazgo. Cuando recibimos a Jesús como nuestro Salvador, el Espíritu Santo de Dios entró en nuestro espíritu humano y tomó residencia permanente en nosotros. Hizo esto, porque tiene la responsabilidad de guiarnos en nuestra peregrinación terrenal. Si somos obedientes al Espíritu Santo, no tendremos problemas ni nos estrellaremos con otros hermanos en la fe, pues, él nos guiará al lugar donde debemos estar. Es cuando somos desobedientes a su liderazgo, que vamos a tener problemas, porque como dijimos anteriormente, cada cabeza es un mundo.