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OPINIONES DE JORGE FERNANDEZ DIAZ, BABY ETCHECOPAR

Chanta' es una de las palabras lunfardas de más de más actualidad, tanto así que de la misma hemos derivado la etiqueta  que define  la forma de gobierno que nos caracteriza a los argentinos desde hace largas décadas: la chantocracia. Si bien creer que es un invento argentino sería demasiada presunción, lo cierto es que la hemos llevado a cumbres increíbles. Para llorar. ­

Nuestros mayores usaban más el término chantapufi, que le daba un aire simpático y nos hacía pensar en la inocente sanata de Fidel Pintos. Parece ser la palabra original, tomada de algún dialecto italiano (discuten al respecto), y traducible como "planta clavos'', en alusión a los que no pagan sus deudas. Pero de personaje de sainete, el chantapufi se convirtió en el odiable chanta, palabra que se pronuncia con cierta explosividad y expresión de desprecio: ¡¡¡Chanta!!!

Ya no nos hace reír, ahora nos irrita,  porque desde hace décadas nos gobierna tiránicamente. Dejó de ser graciosa y llegó el momento de desterrarla. ­

NO PAGA SUS DEUDAS­

­El chanta no paga sus deudas, deudas que no son meramente monetarias. Algunos recordarán que antes de un cambio innecesario, infiel al original y un poco superficial, rezábamos el Padre Nuestro diciendo: "Perdona nuestras deudas''. Era por cierto que una expresión mucho más rica que la actual "perdona nuestras ofensas'': son mucho más grandes nuestras deudas con Dios que nuestras ofensas.  También son inmensas las deudas que tenemos con el prójimo. Nos compromete más sabernos deudores que simplemente ofensores.  Y por eso el chanta es un gran estafador,  planta clavos más dolorosos que una mera deuda económica: crucifica esperanzas, destroza futuros, desangra. Y lo peor es que nosotros, aún a sabiendas de eso, los votamos. Imperdonable

¿Se puede reconocer a un chanta por su cara, a primera vista? Bueno, hay  que se perceptivos y estar alertas. A posteriori es fácil. Hagamos un par de ejercicios. Miremos a nuestros últimos presidentes (a todos). Ahí nos consta ver que ninguno cumplió las promesas que hizo para ganar las elecciones y que todos (todos y todas, como tontamente se dice ahora, ah... y todes), se retiraron con la cola entre las patas en medio de una gran crisis. Después se olvidaron (muchos de nosotros también) y volvieron al ruedo volviendo a chamuyar. ­

A veces las crisis nuevas nos hacen olvidar las anteriores, pero para este ejercicio es necesaria la memoria.  Y más allá del respeto que tenemos por los vivos y difuntos, después de ese entrenamiento  de mirarlos y recordar, la conclusión para la mayoría será: ¡Qué chantas vendehumo!  Sólo recuerdo a uno, que con su pícara tonada comentaba esa realidad diciendo: "¡Si decía la verdad no me iba a votar nadie!''. Que Dios los perdone, pero que no nos olvidemos, porque seguiríamos cometiendo los mismos errores.

Verá que en poco tiempo los obstáculos que parecen imposibles, como parecían las alturas de los Andes, serán superados y romperemos estas agobiantes cadenas que nos oprimen. Si todavía admiramos y reconocemos al gran Capitán como prócer máximo, es porque aún no está podrida la médula argentina, es porque él encarna vitalmente el remedio a todos nuestros males. San Martín es el antichanta por excelencia (y aquí un razonamiento lógico no cerraría:  ¿admiramos a quien encarna todo lo contrario de lo que votamos?).­

Su figura y su liderazgo  dan  para  bibliotecas enteras y desde ya que no podemos abarcarla, por eso, dejamos una frase suya para guiar la conclusión: "Serás lo que hay que ser, si no, no eres nada...''.