Todos y cada uno de nosotros, en determinadas etapas de la vida, tendremos que aprender a esperar, porque las cosas sucederán conforme al horario de Dios y no al nuestro. A veces nos cuesta creer que Dios está obrando cuando la sombra del valle nos impide ver Sus manos. Sin embargo, eso no significa que no esté actuando; al contrario, como un buen pastor con su rebaño, Él nos guía desde atrás. Esperar implica aferrarnos a Dios de manera confiada, disciplinada, expectante y, sobre todo, activa. El Señor espera que siempre demos el siguiente paso, un pie detrás del otro; aun cuando no podamos ver hacia dónde conduce el camino.