Soy María Cenador, me dicen “Nena”. Nací en Tucumán y era hija de Andrés Cenador Aparicio y Ramona Barrasa. Mi padre tenía la imprenta y librería “La Raza”, que llegó a convertirse en una muy reconocida editorial en Tucumán.
Cuando tenía 16 años, mi madre falleció. Luego el amor llegó a mi vida: me enamoré de Pedro Rondoletto, un empleado de la imprenta al que todos querían mucho. Era un gran jugador de fútbol. Nos pusimos de novios, nos casamos en 1947 y tuvimos tres hijos: Marta, Silvia y Jorge. Formamos una familia unida y fuerte.
Cuando los chicos fueron más grandes, decidí comenzar a trabajar y luego me puse a estudiar encuadernación en la UNT. Con ese título, me sumé como encuadernadora en la imprenta de mi marido y un socio, la que funcionaba en un local delantero, en la propia vivienda familiar.
Mis tres hijos y mi nuera, Azucena, militaron en diferentes agrupaciones, discutían y hablaban mucho al respecto. También comencé a compartir ese otro universo del compromiso político, aunque mi marido no se involucraba en esas perspectivas. Yo era más abierta a escuchar y también a expresar mis opiniones. Era la que estaba más al tanto de las actividades de mis hijos, que tenían un fuerte compromiso con lo social y político.
El 2 de noviembre de 1976, alrededor de las 14, un grupo de tareas se presentó en nuestro domicilio y nos secuestraron a Pedro –que estaba trabajando en la imprenta–, a mi hija Silvia, a Jorge y a Azucena, que estaban en su casa en la planta alta, y a mí. Azucena estaba embarazada de cuatro meses en ese momento.
Los cinco fuimos llevados con los ojos vendados y las cabezas cubiertas con bolsas. Pedro y yo fuimos puestos en una rural y mis hijos y mi nuera en un auto negro. Antes de partir, le dijeron al socio de mi marido que tenía 24 horas para desmantelar la imprenta y, si no lo hacía, pondrían una bomba. Los días posteriores al secuestro mi casa continuó siendo saqueada.
Fueron los padres de Azucena los primeros que comenzaron a buscarnos…. en todos los casos la respuesta fue el silencio. Mi hija Marta, que ya por ese entonces vivía en Buenos Aires, se enteró de nuestro secuestro, quince días más tarde.
Fuimos llevados a la Jefatura de Policía, luego a la cárcel de Villa Urquiza y finalmente al Arsenal Miguel de Azcuénaga. Al parecer, Pedro y Jorge fueron fusilados en este último centro clandestino.
Cuarenta años después, en 2016, nuestros restos fueron encontrados por el CAMIT en el Pozo de Vargas e identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense.
El bebé que esperaba mi nuera y que debió nacer entre marzo y abril de 1977, continúa desaparecido.
Memoria, verdad y justicia.
#30MilSomosTodxs
Nota: CAMIT (Colectivo de Arqueología, Memoria e Identidad de Tucumán)