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Quiero guardar tu tacto

inmune en la memoria,

quiero librar tu imagen

de la erosión del tiempo,

quiero llevar donde el silencio diga

el turbio roce 

de tu rumor de encuentro.



Quiero dejar la sombra y el gemido 

de tu caricia en mi recuerdo impreso,

y el yugo abierto en que tu cuerpo yace

y el dulce cauce 

en que te invado y muero.

Quiero, cuando las venas se adormezcan,

llevarme al aire tu clamor despierto,

tu latitud de musgo por mis manos,

tu redención oscura por mis dedos.

Quiero de la mordaza de tus labios

dejar mi boca atenazada y, luego,

en las calladas tardes del olvido,

gozar su jugo de sabor intenso.

De tu perfil de poma y sembradura

quiero la curva doble de tu seno,

quiero la miel que grana en tus pezones,

quiero la negra llaga de tu pelo.

Quiero que tu presencia me ilumine,

ara en que de hombre me inmolé sin precio,

cuando los pulsos tardos se detengan

por las cavernas hondas de mi cuerpo.

Quiero en el margen quieto de lo sido

de tus pupilas su paisaje abierto

y por las turbias sendas de la muerte

hacer camino en tu presencia quiero.



Quiero llevar tu tacto 

inmune en la memoria

quiero en las hondas yemas de mis dedos

robar la acequia que en tu piel se posa 

y hacerla insomne

temblor...

siempre latiendo.

Porque tu tacto tiene 

aromas imposibles,

porque tu boca tiene 

orgiásticos venenos,

porque tus ojos miran 

alquimias insondables 

y en tu cintura habitan

mágicos advientos. 

Y si es que acaso 

un día aquí volviera

del implacable exilio del destierro,

que el palpitante hueco que desnudas

fuera de nuevo... 

cauce

de mi cuerpo.