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En el reino de Dios, la verdadera fortaleza no está en la agresividad, sino en la humildad y el dominio propio. Ser manso no significa ser débil, sino saber controlar la fuerza con amabilidad y paciencia. Jesús nos mostró el mayor ejemplo de mansedumbre, soportando el agravio sin responder con violencia. ¿Estamos listos para reflejar ese carácter en nuestra vida?
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