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La protesta por el asesinato de míster Floyd terminó como toda turbamulta, atrapando en gritería, puñetazos, vandalismo y ruina a ciudadanos como usted o como yo, en una dinámica similar a la de Santiago, Quito o Bogotá, que probablemente se repetirá. Tanto en Norteamérica como en el sur, el disturbio civil callejero es un instrumento para arrinconar gobiernos y desbarajustar democracias. Las estrategias gramscianas son asimiladas por estudiosos, intelectuales y cuadros marxistas leninistas que se infiltran en el Estado y desde sus posiciones corroen la mente de desatentos o desinformados, desfiguran los símbolos institucionales y abonan el terreno para lo que llaman resistencia o levantamiento. A los jóvenes les inoculan breviarios habilidosamente escogidos entre Bakunin, Kropotkin, Proudhom, Mao, Che, que proclaman la destrucción como instinto natural y justo; destrucción porque es la única manera de construir algo nuevo, fresco, más justo; porque primero hay que destruir para después construir; porque el propósito es la destrucción de todas las cadenas que nos atan y porque la violencia es la partera de las nuevas sociedades. Para ejercitar esa doctrina, en los 70 los comunistas utilizaron el “Mini manual el guerrillero urbano” de Carlos Marighella; hoy, emplean el “Manual del terrorismo callejero”, “Defensa popular”, “Sin miedo” o “Black bloc”, todos disponibles en la red.