De Carlos Bejarano
Eran las diez y faltaba uno para completar el equipo.
Corría la década de 1930 y un cuadro europeo visitaba Puerto Rico. Como no podían dejar de entrenar, los futbolistas pidieron a las autoridades de una universidad que armaran un cuadro. A los maestros no se les ocurrió mejor idea que llamar a su alumno Luis Arocena para la formación de la escuadra. Sus casi dos metros de estatura, y principalmente su condición de argentino, eran crédito suficiente para asegurar que algo sabía de ese extraño deporte que no despertaba el menor interés en los caribeños...