Capítulo 4
VI. Las recompensas de Dios
El ego no reconoce el verdadero origen de la “amenaza”, y si te identificas con él, no entenderás la situación tal como es. Lo único que le confiere al ego poder sobre ti es la lealtad que le guardas. Me he referido al ego como si fuera una entidad separada que actúa por su cuenta. Esto ha sido necesario para persuadirte de que no puedes descartarlo a la ligera y de que tienes que darte cuenta de cuán extensa es la parte de tu pensamiento que él controla.
Sin embargo, no nos podemos detener ahí, pues, de lo contrario, no podrías sino pensar que mientras estés aquí, o mientras creas estar aquí, estarás en conflicto. El ego no es más que una parte de lo que crees acerca de ti. Tu otra vida ha continuado sin ninguna interrupción, y ha sido y será siempre completamente inmune a tus intentos de disociarte de ella.
En el proceso de aprender a escapar de las ilusiones, es imprescindible que nunca te olvides de la deuda que tienes con tu hermano. Es la misma deuda que tienes conmigo. Cuando actúas de manera egoísta con otro, repudias la gracia que esta deuda te ofrece y la percepción santa que produciría. La palabra “santa” puede usarse aquí porque a medida que aprendes cuán endeudado estás con toda la Filiación, la cual me incluye a mí, te aproximas tanto al Conocimiento como la percepción lo permite. La brecha que entonces queda es tan diminuta que el Conocimiento puede salvarla y eliminarla para siempre.