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1. Nada puede herirte a no ser que le confieras ese poder. Mas t煤 confieres poder seg煤n las leyes de este mundo interpretan lo que es dar: que al dar, pierdes. No obstante, no es a ti a quien corresponde conferir poder a nada. Todo poder es de Dios; 脡l lo otorga, y el Esp铆ritu Santo, que sabe que al dar no puedes sino ganar, lo revive. 脡l no le confiere poder alguno al pecado, que, por consiguiente, no tiene ninguno; tampoco le confiere poder a sus resultados tal como el mundo los ve: la enfermedad, la muerte, la aflicci贸n y el dolor. Ninguna de estas cosas ha ocurrido porque el Esp铆ritu Santo no las ve ni le otorga poder a su aparente fuente. As铆 es como te mantiene a salvo de ellas. Al no tener ninguna ilusi贸n acerca de lo que eres, el Esp铆ritu Santo sencillamente pone todo en Manos de Dios, Quien ya ha dado y recibido todo lo que es verdad. Lo que no es verdad 脡l ni lo ha recibido ni lo ha dado.

2. El pecado no tiene cabida en el Cielo, donde sus resultados ser铆an algo ajeno a 茅ste y donde ni ellos ni su fuente podr铆an entrar. Y en esto reside tu necesidad de no ver pecado en tu hermano. El Cielo se encuentra en 茅l. Si ves pecado en 茅l, pierdes de vista el Cielo. Mas cont茅mplalo tal como es, y lo que es tuyo irradiar谩 desde 茅l hasta ti. Tu salvador te ofrece s贸lo amor, pero lo que recibes de 茅l depende de ti. 脡l tiene el poder de pasar por alto todos tus errores, y en ello reside su propia salvaci贸n. Y lo mismo sucede con la tuya.
La salvaci贸n es una lecci贸n en dar, tal como el Esp铆ritu Santo la interpreta. La salvaci贸n es el redespertar de las Leyes de Dios en mentes que han promulgado otras leyes a las que han otorgado el poder de poner en vigor lo que Dios no cre贸.