Escribió aquella palabra en el cuaderno, tomó la goma y borró lo escrito. Tomó el lápiz, escribió lo mismo que había borrado; repitió las mismas acciones una y otra vez, intercalando renglones para no romper la hoja. Cuando terminó de marcar la última letra por milésima vez dejó caer el lápiz. Agotado, resistió el impulso de deshacer lo hecho y se quedó mirando la hoja sin entender lo que veía.