Marcos 1:9-13 (La Palabra) Por aquellos días llegó Jesús procedente de Nazaret de Galilea, y Juan lo bautizó en el Jordán. En el instante mismo de salir del agua, vio Jesús que el cielo se abría y que el Espíritu descendía sobre él como una paloma. Y se oyó una voz proveniente del cielo: — Tú eres mi Hijo amado; en ti me complazco. Acto seguido el Espíritu impulsó a Jesús a ir al desierto donde Satanás lo puso a prueba durante cuarenta días. Vivía entre animales salvajes y era atendido por los ángeles. PENSAR: Desde los primeros episodios de la Biblia se nos presentan realidades espirituales y sobrehumanas representadas por animales de la creación. En el jardín del Edén, el enemigo de Dios es representado por una serpiente. La gracia y salvación de Dios es representada por un gran pez en la historia de Jonás. En el texto de hoy, el Espíritu Santo desciende sobre el Señor Jesús como una paloma. Y en un rasgo muy característico de Marcos, donde todo ocurre en seguida, rápida y súbitamente, se nos dice que “acto seguido” se encuentra el Señor Jesús en el desierto, rodeado por fieras. Nos preguntamos: y estos animales salvajes, ¿a qué realidad sobrehumana pudieran estar haciendo referencia? Jesús viajó desde la región donde vivía (Galilea) hasta Judea, a ser bautizado por Juan en el Jordán. Participó junto con todo su pueblo en aquel acto de renovación, en el enorme “reinicio” de la historia de Israel en el Jordán. Al tomar el paso de ser bautizado, el Señor Jesús quiere identificarse con su pueblo. Sin embargo, Dios lo identificó de una manera muy singular. El gesto de Jesús de bautizarse implicaba hacerse uno con todos los demás, formar parte de este pueblo que quiere volver a comenzar su historia, en fe y justicia. Pero Dios, desde el cielo, no permite que este momento pase desapercibido, e interviene de manera audible y extraordinaria. El Espíritu como paloma descendió sobre él, y del cielo abierto se oyó una voz que lo reafirmaba como el Hijo amado, la alegría del corazón del Padre celestial. Recordemos que este es precisamente el título del libro entero: “Principio del evangelio de JesuCristo, Hijo de Dios”. Queda claro desde la primera página de este libro que su tema es la identidad verdadera del Señor Jesús. Es el Hijo de Dios. A lo largo de la narración, veremos cómo domina este tema, con sus matices especiales y su enseñanza central. El Hijo de Dios, afirmado por el Padre celestial, obedece al Espíritu, que lo impulsa al desierto. Estos cuarenta días representan un tiempo de preparación y concentración. Es un tiempo de prueba, de confrontación y de sustento especial. El Señor Jesús, antes de comenzar su ministerio, tuvo un tiempo de retiro en el desierto, un tiempo de preparación y de prueba, un tiempo de confrontación con sus fieras internas, y un tiempo de comprobación del sustento especial que Dios envía. Así nosotros también debiéramos seguir un patrón similar. Toda persona que quiera emprender un ministerio de proclamación y de acción en el reino debiera pasar un tiempo así: días, meses o años en los que nos enfrentamos a las fieras y conocemos el sustento angelical que nos envía el Padre celestial. ORAR: Señor, llénanos con tu Espíritu, para enfrentarnos a toda clase de fieras. Amén. IR: Considerémonos un pueblo de gente afortunada por la gracia y la bondad de Dios.