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Salmo 142 (La Palabra)
A voz en grito invoco al Señor, a voz en grito al Señor ruego.
Ante él desahogo mi pesar, ante él proclamo mi angustia.
Cuando mi ánimo desfallece, tú sabes por dónde camino;
en la senda que recorro, una trampa me han tendido.
Mira a la derecha, observa: no hay nadie que me conozca;
me he quedado sin refugio, no hay quien cuide de mí.
Señor, a ti te invoco y digo: “Mi refugio eres tú, mi porción en la tierra de los vivos”.
Atiende mi clamor, que estoy muy abatido;
líbrame de quienes me persiguen, que son más fuertes que yo.
Sácame de esta prisión para así alabar tu nombre. Los justos me rodearán, cuando tú me favorezcas.
PENSAR: Sabemos bien que un requisito para establecer la comunidad sana es poder estar también en una sana soledad. La vida espiritual en la fe cristiana es un equilibrio entre la oración en soledad y la oración en común. El culto público tiene más sentido cuando los participantes han tenido también un culto privado, donde han entrado a su recámara, han cerrado la puerta, y han orado a su Padre celestial, como lo enseñó el Señor Jesús.
Sin embargo, en este salmo no se trata sólo de un día en soledad, sino de un período de angustia. No se trata de un tiempo saludable en el que tenemos oración privada, sino que se trata de una pesadilla de dolor y angustia.
En medio de la adversidad, la persona creyente sabe que no está sola. Dios conoce nuestros caminos, y aquello que para nosotros parecen trampas y problemas sin solución, no lo son para el Señor. Cuando nuestro mundo se ha venido abajo, cuando nos hemos quedado como huérfanos y viudas, el Señor cuida de nosotros.
Es importante que –aun en tiempo de angustia—se mantenga la oración. No dejemos de orar, aunque nuestra oración sólo sea un clamor, un ruego “a voz en grito”. En la oración, el Señor nos acompaña y nos reconforta. Su palabra es promesa de vida y bendición, porque su amor es eterno y su misericordia es nueva cada mañana.
Dios nos puede librar de situaciones adversas, y en medio de nuestra angustia, nos puede rodear de la congregación de los justos. Esta es la bendición de Dios, la comunidad de la fe, la familia que formamos en Dios, que también abre sus brazos para consolar a quien sufre.
Así, vamos de la angustia a la comunidad. No se terminan nuestros problemas ni desaparecen por arte de magia, pero tenemos una congregación que está dispuesta a acompañarnos, y a ayudarnos a llevar la carga. Entre esos justos que “me rodearán”, hay quienes sí me conocen, y me cuidan; hay quienes me ofrecen refugio para poder llorar mis penas. Hay quienes me recuerdan de la bondad y la misericordia de Dios, que es nueva cada mañana, y me invitan a seguir caminando tomado de la mano del Señor.
ORAR: Dios santo, ayúdame a ver tu bendición por medio de la congregación de los justos. Amén.

IR: Dios, sácanos de esta prisión, para así poder alabar tu nombre.