Salmos 120 (La Palabra) Clamo al Señor en mi angustia y él me responde. Señor, líbrame de los labios mentirosos, de la lengua embustera. ¿Qué te darán, con qué te pagarán, lengua embustera? Con flechas afiladas de guerrero y brasas ardientes de retama. ¡Ay de mí que he tenido que emigrar a Mésec, que habito entre las tiendas de Quedar! Demasiado tiempo he vivido con quienes odian la paz. Yo soy persona de paz; mas si hablo de paz, ellos quieren la guerra. PENSAR: En el salmo 120 la experiencia de ser extranjero se lleva al plano de lo moral. No solamente somos extranjeros en el sentido de vivir en otro lugar, como lo menciona el salmista (he tenido que emigrar). Refleja la situación humana de la migración; pero también dice que “vivo en un pueblo donde todos hablan de guerra, y yo soy el único que habla de paz”. Es otro tipo de existencia extranjera, en el sentido ético. Es hablar paz, simplemente tener el discurso de la paz, llenar nuestras palabras de paz… Es extraño hablar de paz. Es como si fuéramos de otro planeta. No solamente de otra nación, sino realmente de otro mundo. Toda aquella persona que habla de paz se siente así, como extranjero en este mundo. Este tipo de migrante clama al Señor en su angustia, y tiene la respuesta de su gracia. Está en un medio ambiente de labios mentirosos y lengua embustera. Ha experimentado la desilusión y la traición a la confianza cuando se han levantado calumnias en su contra. Las mentiras destruyen y están prohibidas por el Señor: “No dirás contra tu prójimo falso testimonio”. Hacen tanto daño como un asesinato, un robo o un adulterio. Las calumnias envenenan las relaciones y bloquean las trayectorias de desarrollo de personas que tienen mucho potencial. Esta experiencia de desilusión ha hecho que el salmista se sienta realmente como un foráneo, sin raíces, sin redes de apoyo de familiares y amistades. El salmo 120, que se cantaba en las peregrinaciones hacia Jerusalén, es un lamento por la tragedia de vivir en un contexto violento y mentiroso. Es, por lo tanto, un canto que celebra la esperanza de llegar a la ciudad de Dios, a la Jerusalén donde no entra la mentira; nosotros sabemos que se refiere no a la Jerusalén terrenal, sino a la celestial, a la que ha sido hecha por la mano de Dios, a la cual pertenecemos por la fe quienes creemos en Cristo Jesús. En el corazón agradecemos al Señor por esta palabra, porque expresa la realidad del pueblo de Dios que se reconoce como migrante, un migrante de tipo ético. Estamos rodeados por un contexto de violencia y agresiones, y nuestra manera de hablar es pacífica. Nuestro tema es la paz, la reconciliación con Dios, con los seres humanos, y con toda la creación. Esta paz la ha logrado el Señor Jesús por medio de su muerte en la cruz. Eso es lo que hablamos y vivimos hoy. ORAR: Señor, ayuda a tu pueblo a vivir siempre en tu camino de paz. Amén. IR: Caminamos como peregrinos hacia nuestra verdadera ciudad, hablando palabras de paz.