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Salmos 122 (La Palabra)
Me alegro cuando me dicen: “Vamos a la casa del Señor”.
Nuestros pies ya descansan a tus puertas, Jerusalén.
Jerusalén, construida como ciudad armoniosamente conjuntada.
Allí suben las tribus, las tribus del Señor, para alabar el nombre del Señor,
como es norma en Israel.
Allí están los tribunales de justicia, los tribunales del palacio de David.
Pidan paz para Jerusalén, que tengan paz quienes te aman;
que reine la paz entre tus muros, la tranquilidad en tus palacios.
Por mis hermanos y amigos diré: “¡Que la paz esté contigo!”
Por amor a la casa del Señor nuestro Dios, me desviviré por tu bien.
PENSAR: Llegamos a otro de los salmos favoritos del pueblo de Dios, que comienza con esta frase tan amada y tan especial en estos tiempos de confinamiento: “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos”.
Para el pueblo de Dios del Antiguo Testamento, Jerusalén tenía un valor especial, porque ahí se encontraba el templo del Señor. Para el antiguo pueblo de Israel, la existencia de una ciudad capital no tenía el mismo significado que las capitales de los imperios y los reinos de los pueblos paganos. Para los otros pueblos, las ciudades representaban el orgullo y el poder de los hombres, su prestigio y su fama, su “civilización”. Pero para el pueblo de Israel, la ciudad de Jerusalén representaba la justicia de Dios.
Por eso se mencionan los tribunales que, en Israel, bajo la ley de un Dios que es justo y santo, debían establecer una verdadera justicia, que es respeto y dignidad para toda persona, incluyendo a los extranjeros, y especialmente para defender a las viudas y huérfanos.
Así, leemos que hay que bendecir a Jerusalén. Hay que orar por la paz de esta ciudad. Sin embargo, no se refiere a la Jerusalén terrenal. Ahora, en Cristo, entendemos que Jerusalén tiene otro significado. Significa ahora el pueblo de Dios por la fe en Cristo. Entonces este salmo es una celebración de la realidad de ser pueblo de Dios en Cristo Jesús. Ahora en Cristo ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer, porque todos nosotros somos uno en Cristo Jesús. Los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús formamos parte de esta Nueva Jerusalén, una nueva ciudad construida por Dios en el cielo, y a esa ciudad nueva, a ese pueblo nuevo es al que nos referimos cuando leemos este salmo.
Pertenecer a este pueblo nos compromete a buscar siempre el bien de los hermanos y hermanas. Queremos que este pueblo avance, que se fortalezca en su identidad y que realice fielmente su misión en el mundo. Por eso vamos a hacer todo esfuerzo, a desvivirnos, por el bien del pueblo de Dios.
ORAR: Señor, bendice a tu pueblo con justicia y paz, para que podamos servir a tu mundo. Amén.
IR: Nuestra mayor alegría es recibir la invitación para ir a la casa de Dios.