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Salmos 137 (La Palabra)
Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos entre lágrimas al recordar a Sión.
En los álamos que allí había, colgábamos nuestras cítaras.
Quienes nos deportaron nos pedían canciones, alegría quienes nos estaban oprimiendo: “¡Cántennos un canto de Sión!”
¿Cómo cantaremos un canto al Señor si estamos en tierra extraña?
Que pierda mi diestra su destreza si me olvido de ti, Jerusalén;
que mi lengua se pegue al paladar si no me acuerdo de ti, si no hago de Jerusalén
la cima de mi alegría.
Recuerda Señor a los hijos de Edom, que el día de Jerusalén decían:
“¡Arrasen, arrásenla hasta los cimientos!”
Tú, Babilonia, serás devastada. ¡Feliz quien te haga lo que tú nos hiciste!
¡Feliz quien tome a tus niños y los lance contra la roca!
PENSAR: La experiencia del exilio fue devastadora para los antiguos hebreos. Su mundo se vino abajo cuando fueron conquistados por Babilonia. El templo, que era la habitación de Dios, fue destruido. Jerusalén, que representaba la intención de Dios de bendecir a todas las familias de la tierra, fue arrasada. El pueblo vecino de Edom, parientes lejanos de los israelitas, se alegró y aplaudió la caída de Jerusalén. El profeta Abdías denunció esa falta de fraternidad. Criticó al que es mal hermano, que se alegra con la desgracia de su prójimo. Los soldados babilonios fueron extremadamente crueles con la población sometida. Mataron a hombres y mujeres, a jóvenes y viejos. Incluso el salmo nos dice que la crueldad babilonia alcanzó también a los bebés del pueblo.
Fue el fin de una época en la que parecía que todo estaba en su sitio, y el comienzo de otra en la que todo está de cabeza. ¿Cómo cantar al Señor en esta tierra extraña? Los cantos alegres de alabanza a Dios celebran sus grandes victorias, y su poder para salvar y liberar a los cautivos. ¿Cómo alegrarse ante tanta destrucción y muerte? Más bien lo que se siente es una tristeza profunda, y un anhelo de reivindicación y justicia ante tanta maldad, ante la destrucción y la violencia sin remordimientos de los enemigos. “No tenemos lucha contra sangre y carne…” Ese enemigo es la muerte misma, la pandemia, la enfermedad ciega que se lleva equivocadamente a quienes no debe.
Sin embargo, en medio de tanto dolor, hay una nota fascinante que nos llama mucho la atención. Es el recuerdo de lo que Dios quiere hacer por el mundo por medio de un pueblo de fe. En medio de toda la tragedia, no nos olvidaremos de ese proyecto de paz que sale del corazón de Dios. En el salmo recibe el nombre “Jerusalén”, pero hoy sabemos que se refiere a la buena voluntad de Dios por el mundo. Esa ciudad representaba la intención de Dios de bendecir a todos los pueblos y familias de la tierra, y esa intención se hizo realidad en la vida, muerte y resurrección del Señor Jesús. Por eso, en medio de nuestro dolor, nos alegra pensar que Dios todavía ama a su mundo.

ORAR: Dios, hay veces en que no podemos cantar alegremente, pero recordamos tu amor. Amén.

IR: El amor comprometido de Dios es nuevo cada mañana.