Marcos 10:28-31 (La Palabra)
Pedro le dijo entonces: — Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte.
Jesús le respondió: — Les aseguro que no hay nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o tierras por causa mía y de la buena noticia, y no reciba en este mundo cien veces más en casas, hermanos, madres, hijos y tierras, aunque todo ello sea con persecuciones, y en el mundo venidero la vida eterna. Muchos que ahora son primeros, serán los últimos, y muchos que ahora son últimos, serán los primeros.
PENSAR: ¿En qué consiste dejar algo o alguien por seguir a Cristo? Sólo quienes han pasado por eso saben de qué se trata. Es ponerse en último lugar en cuanto a pretensiones de influencia sobre algún sistema social o familiar. Es relativizar a la familia, cuando se tiene a la familia en tanta estima, como si no hubiera bendición alguna más allá de las relaciones familiares más inmediatas.
Es conocer una riqueza mucho más grande que la del dinero. Es la riqueza de pertenecer a una comunidad. La verdadera pobreza no es ausencia de dinero, sino falta de comunidad. Y del mismo modo, la verdadera riqueza no consiste en tener mucho dinero, sino en tener comunidad. La comunidad de la que estamos hablando comienza en la experiencia de una congregación local de creyentes, pero no se queda ahí. Quienes han experimentado la comunidad cristiana, saben que tienen cien veces más casas, hermanos, madres, hijos y pueblos por todas partes del mundo.
Es importante subrayar que entre las relaciones que se multiplican no aparecen las parejas de esposos, porque esa es una relación exclusiva, sagrada y singular. Tampoco aparecen los padres, porque todos aprendemos a tener un solo Padre celestial, que nos conoce y nos ama. Pero sí aparecen las relaciones de hermanos y hermanas, de madres y de hijos. En Cristo, tenemos cien veces más hermanos y hermanas, madres e hijos en relaciones de afecto y solidaridad, de pertenencia y de apoyo.
Forasteros en esta tierra, extranjeros en todos los países, tenemos pueblos y casas en todas partes, y podemos llamar patria a toda tierra extraña. En Cristo, abandonamos todo sentimiento de superioridad regionalista o nacionalista, y podemos sentirnos parte de todos los países donde haya familia cristiana. Esta es una característica indispensable en todo misionero transcultural. Si alguien ha recibido el llamado a la misión transcultural, debe abandonar toda superioridad regional, toda arrogancia por su lugar de origen, todo orgullo de ser de algún pueblo o nación, y adaptarse a los cien pueblos y tierras que el Señor le concede tener ahora.
Pedro y sus compañeros apóstoles comenzaron un movimiento que no se ha detenido. Esos últimos han llegado a ser primeros. Son los ejemplos de la forma en que Cristo honra a quienes le honran. Como ellos, hoy damos testimonio con la vida, de pertenecer a un pueblo esparcido por toda la tierra.
ORAR: Señor, abre nuestros ojos para ver a tu pueblo como nuestra gran familia. Amén.
IR: En el abrazo de Dios no nos falta nada.