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Nehemías 9:1-4 (La Palabra)
El vigésimo cuarto día de ese mes se reunieron los israelitas y ayunaron vestidos de sayal y cubiertos de polvo. Se separaron los del linaje de Israel de todos los extranjeros y, en pie, confesaron sus pecados y las culpas de sus antepasados. Durante una cuarta parte del día, estando de pie en su sitio, leyeron el Libro de la Ley del Señor, su Dios; durante otra cuarta parte del día reconocieron sus pecados y adoraron al Señor, su Dios. Luego subieron al estrado los levitas Josué, Baní, Cadmiel, Sebanías, Bunní, Serebías, Baní y Quenaní e invocaron en alta voz al Señor, su Dios.
PENSAR: En nuestro repaso del libro de Nehemías llegamos a la sección final, en la cual veremos elementos de lo que llegó a ser el judaísmo del tiempo del Señor Jesús. Veremos que comenzaron a sentarse las bases de una religión que el Señor Jesús criticó con sus enseñanzas y su ejemplo.
Hay que tener presente que, si Dios nos ha mostrado misericordia, es para que, a su vez, nosotros también vivamos en misericordia. Nos enfrentamos en este capítulo con una especie de rendición de cuentas, de enmendar, de acercarse y reconciliarse. Como en toda relación, es necesario reconocer errores, tener la humildad de decir: “Me equivoqué. Perdóname. No lo voy a volver a hacer. Reconozco que estuvo mal”. Esos ingredientes aparecen en todo el capítulo nueve. El pueblo de Israel reconoció que había fallado en su relación con Dios, y prometió corregir su camino.
En toda confesión de errores se hace un repaso de los sucesos. Es el repaso de la historia. En el capítulo nueve tenemos una versión de la historia de Israel, la versión de los levitas mencionados. Ellos tomaron la palabra y estuvieron dirigiendo la oración pública durante una cuarta parte del día. Habían celebrado la fiesta de los tabernáculos, un gran campamento en el que salían a vivir en casas de campaña, afuera de sus residencias. Así experimentaban un poco de las incomodidades del pueblo durante su peregrinaje por el desierto, y la confianza plena en Dios.
Ayunaron por su arrepentimiento, por los errores de generaciones anteriores que condujeron hacia la situación en la que se encuentran: Están en la tierra prometida, pero son esclavos del imperio persa. Dios les había dado esa tierra para que fuera un espacio para vivir la libertad, pero ahora no pueden ser libres. En el repaso de la historia reconocen que han fallado y piden perdón. Le cuentan a Dios la historia, como si Dios no la conociera. Como si no supiera los detalles y como si Dios no tuviera una interpretación distinta a la que ellos están dando.
Al menos hay un par de detalles en este recuento de la historia, que saltan a la vista. Son manifestación de la bondad de Dios que permanece por generaciones, lento para la ira y grande en misericordia y compasión. Uno es que el pueblo cae, y el otro es que Dios se encarga de liberarlo. Así es en nuestra relación con Dios. Dios nos levanta cada vez que caemos.
ORAR: Señor, quisiéramos contarte la historia que ya conoces bien. Te necesitamos hoy. Amén.

IR: Nuestra manera de vivir debe testificar del gran amor de Dios por su mundo.