Salmos 121 (La Palabra)
Levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio?
Mi auxilio viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
No dejará que tropiece tu pie, no dormirá quien te protege.
No duerme, no está dormido el protector de Israel.
El Señor es quien te cuida, es tu sombra protectora.
De día el sol no te hará daño, ni la luna de noche.
El Señor te protege de todo mal, él protege tu vida.
El Señor protege tus idas y venidas desde ahora y para siempre.
PENSAR: Por el frente norte, atacan las dudas; por el sur, los problemas. Por el frente oriental, atacan los miedos, y por el occidental, las tentaciones. Estamos bajo fuego por todos los frentes. De pronto, en medio del combate, alguien levanta la mirada, y en la cima de las colinas allá en el horizonte, se ve que vienen refuerzos: ¡Es el Señor! El que hizo el cielo y la tierra. Viene a nuestro auxilio, para ayudarnos a combatir los miedos, los problemas, las dudas y las tentaciones. No estamos desamparados, ni vencidos. ¡Tenemos refuerzos de primera categoría!
Según la fe bíblica, Dios no solamente se involucra en los grandes movimientos de la historia, sino que también tiene que ver con nuestra microhistoria. Sus ojos están atentos a nuestras necesidades, y su corazón siempre está inclinado a favor de todo aquel que en él cree y que invoca su santo nombre.
Está tan cercano como la sombra que proyectamos, y de la cual no podemos deshacernos por más que lo intentemos. El Dios que es nuestra sombra es el Dios que insiste, que vuelve una y otra vez a llamar a nuestra puerta, a invitarnos a vivir mejor.
En la sabiduría de los antiguos mexicanos había dos conceptos para definir a la persona humana: El rostro y el corazón. Son dos dimensiones de la personalidad. El rostro es nuestra identidad singular, y el corazón es el motor que impulsa nuestros rumbos. El rostro es nuestra manera de conocernos y reconocernos en relación con los demás. El corazón es más interno, la fuerza que nos mueve. En el salmo se describen dos tipos de daño, de los cuales nos protege el Señor: el daño del sol y el daño de la luna. Como si correspondieran a daños externos (en el rostro) e internos (en el corazón). El daño del sol es todo daño externo, como las quemaduras de los rayos solares sobre la piel. Y el daño de la luna es interno, es la melancolía, la tristeza o la depresión.
Lo maravilloso de nuestro Dios es que nos protege de ambos tipos de daño. Protege nuestra vida de todo mal, y guarda nuestros rumbos, sea que vayamos de ida (comenzando algo, en los primeros pasos de un proyecto, en las salidas) o sea que vayamos en la venida (concluyendo, cerrando, acabando un asunto). Dios nos guarda y nos protege, desde ahora y para siempre.
ORAR: Señor, ayúdanos en la contienda contra las fuerzas que nos quieren hacer caer, como el mejor refuerzo para obtener la victoria. Cuídanos de los daños externos e internos. Amén.
IR: Caminamos como peregrinos hacia nuestra verdadera ciudad, hablando palabras de paz.