Salmo 146:5-9 (La Palabra)
Feliz al que ayuda el Dios de Jacob, quien pone su esperanza en Dios su Señor,
el que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto lo llena.
El Dios que siempre permanece fiel, que hace justicia a los oprimidos y da pan a quien tiene hambre; el Señor libera a los cautivos, el Señor da la vista a los ciegos, el Señor levanta a los abatidos, el Señor ama a los justos. El Señor protege al extranjero, a la viuda y al huérfano sostiene, trastorna los planes del malvado.
PENSAR: Hoy en día abundan cánticos cristianos que tienen muy poca letra, y que repiten una y otra vez la misma frase. Pareciera que el énfasis se pone en la música y no tanto en las palabras que se cantan. En cambio, en la Biblia observamos que las alabanzas a Dios tienen descripciones muy claras de cómo es el Dios que adoramos.
El libro más extenso de la Biblia es Salmos, que es una colección de cánticos. Los antiguos creyentes sabían que es importante precisar bien a qué clase de Dios estamos alabando. No se trata sólo de decir “Cuán grande es Dios”, sino de explicar con exactitud en qué consiste la grandeza de Dios. Por eso, un salmo como el 146 es importantísimo, porque elabora la descripción del Dios de Jacob.
¿Quién es este Dios al que amamos, a quien servimos y adoramos, el Dios en quien confiamos? Es el defensor de viudas, huérfanos e inmigrantes. Es quien da la vista al ciego, y ayuda a quien está en problemas. Libera a los cautivos y levanta a los abatidos.
Es el Dios que ha creado los ecosistemas más profundos y misteriosos, y manifiesta su sabiduría en todos los seres vivos que habitan y llenan la biósfera, y en las complejas relaciones de intercambio de energía en el ecosistema. Es el Dios que hace justicia al oprimido y da pan a los hambrientos. Definitivamente, Dios no es como los poderosos del mundo, en quienes no se puede confiar.
Especialmente damos testimonio de que este Dios ha venido a buscar al ser humano. Habitó entre nosotros en la persona del Hijo Jesús. El Señor Jesús exaltó a los humildes y humilló a los arrogantes. Con su bendita sangre reconcilió a los pueblos, y quedó viviendo entre nosotros, en este mundo, porque el Espíritu Santo nos acompaña y nos fortalece.
A este Dios cantaremos mientras tengamos vida, con toda el alma y el corazón. ¡Qué afortunada es la persona que recibe ayuda de este Dios, y que pone su confianza en Dios, su Señor; porque no será defraudada! Los poderosos del mundo exigen que sus sirvientes los traten como dioses, y qué desafortunados los pueblos que se ven obligados a tratar a sus gobernantes como si estos fueran dioses. El salmo dice que son incapaces de salvar. Los planes de maldad que entretejen esos poderosos no prosperarán. Una de las características del Dios que amamos es que se especializa en frustrar los planes del malvado.
Por eso, cuando alabemos a Dios, pensemos en qué es lo que caracteriza al Dios que amamos.
ORAR: Te cantaremos, Señor, mientras tengamos vida, y hasta nuestro último aliento. Amén.
IR: ¡Qué afortunado es el pueblo que confía en Dios!