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Marcos 15:6-15 (La Palabra)
En la fiesta de la Pascua, Pilato concedía la libertad a un preso, el que le pidieran.
Había entonces un preso llamado Barrabás que, junto con otros sediciosos, había cometido un asesinato en un motín. Cuando llegó la gente y se pusieron a pedir a Pilato que hiciera como tenía por costumbre, Pilato les contestó: — ¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos? Pues se daba cuenta de que los jefes de los sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero estos incitaron a la gente para que les soltara a Barrabás. Pilato les preguntó de nuevo: — ¿Y qué quieren que haga con el que ustedes llaman rey de los judíos? Ellos gritaron: — ¡Crucifícalo! Pilato preguntó: — Pues ¿cuál es su delito? Pero ellos gritaban más y más: — ¡Crucifícalo! Entonces Pilato, queriendo contentar a la gente, ordenó que pusieran en libertad a Barrabás y les entregó a Jesús para que lo azotaran y lo crucificaran.

PENSAR: El tema central del Evangelio de Marcos es la identidad del Señor Jesús. Comienza diciendo: “Principio del evangelio de JesuCristo, Hijo de Dios”. En el episodio que leímos hoy se presenta una enorme ironía, cuando Pilato liberó a Barrabás, quien iba a ser crucificado ese día. El Señor Jesús ocupó su lugar entre los otros dos criminales que fueron crucificados.
Lo asombroso se encuentra en el significado del nombre “Barrabás”, el “hijo del padre”. Aquel criminal, que había cometido —por lo menos— un asesinato llevaba el nombre de la verdadera identidad del Señor Jesús, quien es el Hijo del Padre. En su nombre llevaba la vocación a la que ha sido llamado todo hombre y mujer, la de llegar a ser, por la fe en Cristo, hijos e hijas de Dios, el Padre celestial.
La vida de un criminal y sedicioso no corresponde con la identidad de un hijo del Padre celestial. Si bien, los hijos e hijas de Dios tenemos sentido de justicia y sentimos indignación por todo lo que no ocurre de acuerdo con la voluntad de Dios en nuestro mundo, no tomaremos las armas para tratar de enderezar las cosas por medio de la violencia. La violencia sólo engendra más violencia.
Posiblemente aquel Barrabás bien merecía lo que estaba a punto de recibir por sus actos. En cambio, el Señor Jesús, el verdadero “Hijo del Padre”, no hizo mal alguno. Sí alzó su voz en contra de las injusticias y las hipocresías, pero no utilizó las armas ni la violencia. No fue un jefe guerrero ni un militar, como sí lo fue Mahoma o Krishna.
La multitud enloquecida gritó y gritó más fuerte, pidiendo que mataran a Jesús. Seguramente se trata de una multitud distinta a la que le gritó ¡Hosana! el día de su entrada triunfal. En la entrada a Jerusalén eran peregrinos que habían viajado a la ciudad. En esta ocasión son principalmente los habitantes de Jerusalén quienes piden su muerte. El Señor Jesús está dispuesto a tomar el lugar de Barrabás, y no solamente de aquel individuo, sino que –de alguna manera— en la cruz tomó el lugar de toda la humanidad.

ORAR: Gracias, Señor Jesús (Hijo del Padre), por haber tomado nuestro lugar en la cruz. Amén.

IR: Dios está actuando para bendecir a su mundo, y nos invita a participar en esa misión.