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Marcos 14:22-26 (La Palabra)
Durante la cena, Jesús tomó pan, bendijo a Dios, lo partió y se lo dio diciendo:
— Tomen, esto es mi cuerpo.
Tomó luego en sus manos una copa, dio gracias a Dios y la pasó a sus discípulos. Y bebieron todos de ella. Él les dijo:
— Esto es mi sangre, la sangre de la alianza, que va a ser derramada en favor de todos. Les aseguro que no volveré a beber de este fruto de la vid hasta el día aquel en que beba un vino nuevo en el reino de Dios.
Cantaron después el himno y salieron hacia el monte de los Olivos.

PENSAR: La vida de Cristo se entregó a favor de todos. Quienes recibieron ese pan y esa copa en la primera Cena del Señor fueron discípulos imperfectos, que negaron, abandonaron y traicionaron a Jesús.
No fue una Cena del Señor exclusiva, dedicada sólo a los perfectos, a los irreprensibles, a quienes no tienen dudas y están libres de toda culpa. Fue un pan y una copa, un cuerpo y una sangre derramada en favor de todos.
Es cierto que en ese aposento alto estaba sólo Jesús con sus discípulos, pero al declarar que su sangre sería derramada en favor de todos, en ese “todos” hemos sido incluidos también nosotros, y toda aquella persona que invoque su nombre, todo aquel que en él cree, a pesar de nuestro pecado, porque la mesa del Señor se abre para invitar –precisamente—a quienes más necesitamos de Cristo. “Yo sé que hay lugar en tu mesa… hasta para un pecador perdonado como yo”.
El Señor tiene discípulos humanos, imperfectos, débiles, traidores, cobardes y pecadores. Sólo nos acercamos a la Cena del Señor por la inmensa gracia de Dios. Si confiamos en nuestros méritos para tomar la Cena, en nuestra rectitud o en nuestra santidad, entonces nuestra salvación no sería por gracia, sino por obras.
Ciertamente el Señor nos ha dado de su Espíritu, para dejar todo camino de maldad, para enderezar nuestras sendas, para vivir la vida plena y abundante que hay en la santidad. Pero al acercarnos más a Cristo, nos damos cuenta más y más claramente de nuestra propia debilidad. El camino de santidad no es camino de santurronería. Es más bien camino de humildad al reconocer nuestro pecado y cada día aborrecerlo más para corregir nuestros pasos.
Caminar con Cristo nos debe hacer más compasivos con todos. En lugar de juzgar quién puede y quién no puede tomar la Cena del Señor, debemos examinarnos a nosotros mismos, y reconocer que somos invitados a la fiesta sin merecerlo. Es una fiesta de la gracia de Dios, y de la esperanza de participar en ese banquete del reino que vendrá. En medio de cánticos de alabanza, participemos de la vida de Cristo representada simplemente en un trozo de pan y un poco de vino.

ORAR: Señor, venimos a tu mesa, porque ahí hay lugar, aún para pecadores como nosotros. Amén.

IR: El pueblo de Dios no debe nunca dejar de asombrarse por la maravillosa gracia de Dios.