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Miedo a lo bueno ESCUCHAR: Marcos 5:15-20 (La Palabra) Cuando la gente llegó a donde se encontraba Jesús, vio al hombre que había estado poseído por la legión de demonios, y que ahora estaba sentado, vestido y en su cabal juicio. Y todos se llenaron de miedo. Los testigos del hecho refirieron a los demás lo que había pasado con el poseso y con los cerdos, por lo cual, todos se pusieron a rogar a Jesús que se marchara de su comarca. Entonces Jesús subió a la barca. El hombre que había estado endemoniado le rogaba que le permitiera acompañarlo. Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: — Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales todo lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti. El hombre se marchó y comenzó a proclamar por los pueblos de la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; y todos se quedaban asombrados. PENSAR: Nos llama mucho la atención la reacción de la gente ante lo que Jesús hizo. En lugar de alegrarse por la restauración de la dignidad de una persona, se llenaron de miedo. Tal vez esperaríamos que le presentaran algún reclamo a Jesús por haber provocado la muerte de los cerdos, pero su reacción tampoco fue una queja por aquella gran pérdida económica, de dos mil cerdos. Simplemente se pusieron a rogarle que se fuera de aquella región. Lo que dominaba el estado de ánimo de aquella gente era el miedo. No el enojo por la pérdida económica, y mucho menos la alegría por la transformación de aquel hombre. Les llenó de miedo ver al loco en su cabal juicio, al desarrapado ahora vestido, al irrefrenable ahora sentado. Y es que les espantó verse desprovistos de su principal excusa, del que hacía la función de chivo expiatorio, para justificar todos los males domésticos y públicos, para tener alguien a quien señalar que fuera peor que ellos, y así sentirse mejor. Les espantó que ahora tendrían que hacerse plenamente responsables de sus faltas y errores, sin poder señalar a nadie más. Observamos anteriormente que los demonios no querían dejar aquella región. Se sentían en casa en toda la comarca, como si todo el pueblo estuviera bajo su influencia y posesión. De hecho, al rogar a Jesús que se vaya de ahí, el pueblo está expresando exactamente lo mismo que suplicaban los demonios un párrafo antes. Vemos, por lo tanto, que el asunto de la posesión demoníaca no es algo meramente individual, sino colectivo, sistémico, social. El individuo es el síntoma que manifiesta la enfermedad de todo el grupo. La voluntad del enemigo de nuestras almas es alejar a Jesús de nuestra vida. Le produce un miedo terrible vernos bien, arreglados y compuestos, en nuestro cabal juicio. Le aterroriza que podamos llegar a ser amables, pacientes, cariñosos con nuestra familia, responsables en nuestros compromisos, generosos con toda persona necesitada. Es el miedo a lo bueno que caracteriza al enemigo. Es su más terrible pesadilla: nuestra restauración y nuestra salvación. Aquel hombre encontró en Cristo la verdad y la vida, y un mensaje que vale la pena proclamar. ORAR: Señor, gracias por todos los cambios buenos que produces en nuestra vida. Amén. IR: El señorío de Cristo no es opresión, sino libertad verdadera.