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Salmo 119:3 (La Palabra)
…los que no han cometido mal alguno
y marchan por sus caminos.
PENSAR: La verdadera felicidad no tiene relación alguna con la maldad. Los felices de verdad son aquellas personas que no se han involucrado en maldades, que no han participado en la opresión y esclavización del prójimo. No se han hecho ricos con negocios turbios, ni han robado para ascender en la escala social.
Su felicidad no consiste en la abundancia de dinero conseguido por medio de injusticias y maldades, sino que son felices porque sus asuntos son correctos. Se han conducido en los caminos de Dios, que son caminos de verdad, de rectitud, de justicia y de paz.
Esta idea nos abre la puerta a una perspectiva muy interesante sobre el tema de la felicidad. La felicidad no consiste en tenerlo todo, ni en tener el éxito según los criterios de la sociedad. No consiste en haberse realizado profesionalmente, ni en haberse encontrado consigo mismo. La felicidad verdadera consiste en vivir de manera correcta, según los caminos de Dios.
La felicidad no es algo que se pueda medir sólo al final de la vida, como lo decía Aristóteles, ni tampoco es el premio por hacer lo que es debido, como lo decía Kant. Más bien es un estado de vida presente, que se experimenta justamente en el andar por el camino correcto. No es un premio por hacer lo correcto, sino que es precisamente el hacer lo correcto. La felicidad no es destino, sino camino.
No es aquello que todos queremos conseguir, y que nos pasamos la vida buscando por todos lados. La felicidad es el camino mismo, es la vida en Cristo, que es camino, verdad y vida.
Entonces nos preguntamos si en verdad es feliz la gente que anda en los caminos del Señor, si de veras viven de manera feliz. Hemos visto a mucha gente creyente que vive de manera amargada, una existencia apagada y gris. Su corazón está lejos de la felicidad, porque todo el tiempo están juzgando a los demás, creyéndose superiores, del mismo modo que los fariseos del tiempo del Señor Jesús.
Nos hace falta una buena teología del gozo, para incorporar en nuestro día a día la risa, el buen humor, el disfrute de las cosas más sencillas de la vida, la música, la danza, la mesa como muestra de la fidelidad de Dios y la cama como reposo sosegado y disfrute en el lecho sin mancilla delante del Señor.
Es sorprendente que el verso de hoy no habla de sí mismo de manera individual, sino que se refiere a un pueblo, a una congregación, a una comunidad de creyentes que viven felices.
ORAR: Señor, ayúdanos a pertenecer a ese pueblo de afortunados que te conocen. Amén.

IR: El Señor no abandona la obra de sus manos.