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Nehemías 5:8-11 (La Palabra)
A renglón seguido convoqué contra ellos una gran asamblea y les dije: — Nosotros hemos rescatado, dentro de nuestras posibilidades, a nuestros compatriotas judíos que habían sido vendidos a los paganos; ¡y ahora ustedes venden a sus compatriotas para que tengamos que volver a rescatarlos! Se callaron porque no tenían argumentos. Yo entonces añadí: — No está bien lo que hacen. ¿No deberían más bien respetar a nuestro Dios para que no nos menosprecien los paganos, nuestros enemigos? Yo, mis familiares y mis muchachos, también les hemos prestado dinero y cereal. ¡Perdonemos todos las deudas! Devuélvanles hoy mismo sus campos, sus viñas, sus olivares y sus casas, así como cualquier interés que hayan podido cobrarles por el dinero, el cereal, el vino y el aceite.
PENSAR: El pueblo se había endeudado y se había esclavizado por el valor del dinero. ¿Qué significa esto? En nuestra relación con el dinero, la humanidad se ha inventado (y ha creído) la historia de que cuando se presta dinero, el acreedor pierde la oportunidad de hacer más dinero. De ahí viene el concepto del “interés”. Al salir de las manos del acreedor, supuestamente, el dinero pasa al deudor, y deja al acreedor sin la oportunidad de haber hecho cierta cantidad de dinero durante cierto período. El interés va ligado al tiempo. Cada mes o cada año que pasa, el interés va creciendo. Obviamente, es una historia de ficción que hay que creer. Es una construcción que no necesariamente tiene sustento real ni verdad. El valor del dinero es un cuento.
Lo peor es cuando ese cuento de los acreedores paganos es adoptado en el pueblo de Dios. El interés del préstamo se llega a valorar más que la persona deudora. En esa ficción pagana que hemos llegado a creer, el dinero prestado y su interés llega a tener más importancia que la persona misma. Entonces, la ficción del valor del dinero choca con la narrativa del valor de la persona. Es cuando decimos que en el evangelio, la narrativa del valor de la persona es infinitamente superior a la ficción del valor del dinero. En las sociedades paganas es al revés. El dinero es lo más importante; incluso más que la persona.
Por eso, para poder pagar los intereses, el deudor se desprende de su casa, de sus herramientas de trabajo, de su tierra, de su modo de producción, e incluso de su libertad. Empieza a ocurrir la esclavitud, precisamente en el pueblo de Dios. La indignación de Nehemías es que esa horrible inversión de las cosas, ese mirar las cosas de cabeza (poner más importancia al interés financiero que al valor de una persona), estaba ocurriendo en el pueblo de Dios, que había sido liberado de la esclavitud.
Dios había liberado a los esclavos hebreos para que vivieran una organización social que fuera luz a las naciones, que fuera un modo de vida de plena justicia y libertad, bajo la ley de Dios, que es ley de libertad, de justicia y de paz. Ahora, ¿cómo era posible que se les hubiera metido en su mente y en su corazón al mismo pueblo de Dios la ficción falsa del paganismo? Las primeras víctimas de la esclavitud, según el texto, son mujeres: las hijas, que son columnas labradas en la morada, ahora tienen que trabajar como esclavas. Trabajaban sin perspectiva de vida, porque no recibían salario y se convertían en objetos, deshumanizadas. Una hija del pueblo de Dios vendida como esclava es la total contradicción del proyecto que Dios tiene para su pueblo y para su mundo. ¿Qué sentido tiene reconstruir una muralla si las relaciones en el pueblo de Dios están podridas de esta manera? Se tratan unos a otros como si en este pueblo no hubiera absolutamente nada especial, ni santo.
ORAR: Espíritu Santo, dirígenos para vivir relaciones transformadas en tu pueblo hoy. Amén.

IR: ¡Qué afortunado es el pueblo que confía en Dios!