Salmo 144:1-4; 12-15 (La Palabra)
Bendito sea el Señor, mi fortaleza, que adiestra mi mano para el combate, mis dedos para la guerra. Él es mi bien, mi baluarte, mi defensa y quien me salva; el escudo que me sirve de refugio, el que me somete a mi pueblo. Señor, ¿qué es el ser humano para que lo cuides, el simple mortal para que pienses en él? El ser humano se parece a un soplo, su vida es como sombra que pasa. … Sean nuestros hijos como plantas que en su juventud van creciendo; sean nuestras hijas pilares tallados que sustentan un palacio.
Que rebosen nuestros graneros de toda clase de granos, que las ovejas aumenten por miles, por millares en nuestros campos; que vayan bien cargados nuestros bueyes, que no haya brecha ni grieta en la muralla, que no haya gritos en nuestras plazas.
¡Feliz el pueblo que esto tiene, feliz el pueblo que al Señor tiene por Dios!
PENSAR: El salmo 144 comienza y termina con una bendición. Bendito sea el Señor, que nos fortalece, nos defiende y nos salva. Y bendito sea también el pueblo que pone su confianza en este Dios. En medio de las dos bendiciones hay algunas reflexiones que nos llaman mucho la atención. Lo primero es reconocer que nuestra vida es sólo una breve sombra que pasa. Si Dios se ha interesado por nosotros, no es por nuestro supuesto “enorme valor intrínseco”, o por la “dignidad de toda persona humana”. Más bien, Dios piensa en nosotros y nos cuida por su inmensa gracia.
Además, hay una serie de descriptores de la manera concreta en que se manifiesta la bendición al pueblo que confía en Dios. Hay abundancia de provisión y sustento, y además, hay trabajo y seguridad. Pero algo que nos parece sorprendente es que la bendición de Dios también se describe con la siguiente generación. Que los hijos sean como plantas, por su crecimiento, y que las hijas sean como columnas que sostienen un palacio.
Plantas y columnas. Dos elementos que no pueden faltar en una casa. Pero son las columnas las que sostienen la estructura de la morada. Las plantas añaden vida, verdor, salud, frutos y alegría, pero las columnas son el soporte y la fuerza de la construcción. A los hijos varones se les compara con plantas, para que vivan su masculinidad como proveedores de vida y salud, de alegría y de un ambiente agradable en su casa. Pero a las hijas se les describe como fuertes pilares que dan firmeza y estabilidad a la casa.
Tal vez esperaríamos que las figuras de las plantas y las columnas se utilizaran al revés en el poema. Los hombres como columnas y las mujeres como plantas. Pero en este salmo se han roto los estereotipos que supuestamente definen cómo debe ser un hombre o una mujer. En los juegos olímpicos hemos visto a mujeres muy fuertes, que levantan pesas, corren maratones y rompen récords de esfuerzo, precisión y disciplina. Así son las hijas del pueblo que tiene la bendición de Dios. Ya no podemos hablar de nuestras niñas como inconstantes o debiluchas. Por la bendición de Dios, podemos referirnos a ser fuertes como esos pilares tallados que sustentan un palacio, y que son nuestras hijas.
ORAR: Dios, bendito seas por tu gracia admirable y maravillosa, que nos llena de bendición. Amén.
IR: ¡Qué afortunado es el pueblo que confía en Dios!