Marcos 1:35-39 (La Palabra)
De madrugada, antes de amanecer, Jesús se levantó y, saliendo de la ciudad, se dirigió a un lugar apartado a orar. Simón y los que estaban con él fueron en su busca y, cuando lo encontraron, le dijeron: — Todos están buscándote.
Jesús les contestó: — Vayamos a otra parte, a las aldeas cercanas, para proclamar también allí el mensaje, pues para eso he venido. Así recorrió toda Galilea proclamando el mensaje en las sinagogas y expulsando demonios.
PENSAR: Hay una vieja discusión sobre la relación entre la ocupación y la identidad. ¿Somos aquello a lo que nos dedicamos? ¿Se puede decir que la esencia de la persona está en su trabajo? Por lo tanto, ¿es nuestra vocación, profesión, ocupación u oficio aquello de donde nos viene la identidad?
Tal vez por eso resulta un golpe tan fuerte quedarse sin trabajo. Estamos habituados a concebir a una persona según aquella actividad principal que realiza en su edad productiva. Esto es así desde la antigüedad. El Señor Jesús, después de una noche larga de trabajo sanando y exorcizando, descansó poco. Se levantó muy temprano, siendo todavía oscuro, para orar en un lugar despoblado. Probablemente estaría meditando sobre su identidad y su agenda.
Lo intuimos por la respuesta sorprendente que dio a los discípulos que lo buscaban con un mensaje cargado de agenda: “Todos te buscan”. La noche anterior había resultado ser un éxito publicitario, y aunque había sanado a muchas personas, todavía salían más y más con enfermedades y dolencias para que Jesús los sanara. La tarea de sanar parecía ser una agenda esclavizante, que le impediría realizar la misión para la cual había venido.
Quiere decir que, para Jesús, la identidad es mucho más que sólo la ocupación, y tiene prioridad por sobre la agenda. Es más importante cumplir esa misión para la cual vino al mundo que convertirse en “el milagrero de Cafarnaúm”. Esa madrugada oró para que su Padre celestial le aclarara las prioridades. La decisión que tomó tal vez dejó a muchos esperándolo afuera de la casa de Simón y su suegra, ansiosos esperando un milagro, y sin poder comprender por qué Jesús se iba del pueblo a recorrer toda la región.
Hoy en día, guardando toda proporción, nos sucede algo similar: Nos ocupamos de cosas que hacer, llenamos nuestra agenda como si de ahí viniera la esencia de nuestro ser. Pensamos equivocadamente que es más importante hacer que ser, y que es primero en prioridad.
Por supuesto que tenemos mucho que hacer, y no vamos a ser ni perezosos ni negligentes; pero todo lo que hagamos debe desprenderse del entendimiento que tengamos sobre nuestra identidad. Nuestras acciones –buenas o malas— debieran ser producto de nuestra identidad, y no al revés. Afortunadamente el Señor oró esa madrugada, igual que en múltiples ocasiones, para tener la sabiduría de lo alto: Lo importante va primero que lo urgente, y la misión tiene prioridad por sobre las expectativas de los demás.
ORAR: Señor, enséñanos cuál es nuestra identidad en ti, para ocuparnos de vivirla en todo lo que hacemos durante el día. Amén.
IR: Considerémonos un pueblo de gente afortunada por la gracia y la bondad de Dios.