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Salmos 130 (La Palabra)
Señor, desde lo más hondo a ti clamo.
Dios mío, escucha mi grito; que tus oídos atiendan mi voz suplicante.
Señor, si recuerdas los pecados, ¿quién podrá resistir, Dios mío?
Pero eres un Dios perdonador y eres por ello venerado.
En el Señor espero, espero y confío en su palabra;
yo anhelo a mi Dios más que los centinelas la aurora.
Israel, confía en el Señor pues en el Señor está el amor
y de él viene la plena redención. Él liberará a Israel de todos sus pecados.
PENSAR: ¿Qué sentido tendría suplicar a un dios que nunca hubiera demostrado tener misericordia? ¿Qué sería de nosotros si Dios no tuviera misericordia? Por eso son tan importantes las narraciones bíblicas, los registros de la revelación de la misericordia de Dios. Por esos relatos sabemos que Dios es perdonador. Y por eso podemos seguir clamando, suplicando –incluso a gritos—desde lo más hondo, es decir, desde ahí donde ya no se puede bajar más.
La experiencia personal de este salmo proviene de alguien que ha tocado fondo. No se puede caer más bajo. Sin embargo, desde esa miseria moral, si tiene auténtico arrepentimiento, el ser humano puede recurrir al perdón de Dios, de un Dios que no recuerda nuestros errores, pero sí escucha nuestras súplicas.
Oramos a Dios porque sabemos –tenemos pruebas—de su misericordia. Eso alimenta nuestra piedad y nuestra fe. No estamos orando a ciegas, a un dios desconocido, a una divinidad misteriosa, de la cual no sabemos nada. Pero nuestra esperanza reposa en que Dios se ha manifestado, se ha revelado como perdonador y misericordioso. Es todopoderoso, pero no utiliza su enorme dominio para oprimirnos y amargarnos la vida, sino para buscar y rescatar lo que se había perdido.
¡Con cuánta impaciencia se anhela que ya amanezca! Especialmente si nuestra seguridad y nuestra vida depende de la luz del día, por el temor a ser asaltados o atacados durante la noche. Esa es la impaciencia de los centinelas, que esperan el amanecer. Esa impaciencia no hace que amanezca más pronto, sin embargo, es reflejo de la actitud piadosa de quien espera impacientemente que se manifieste el amor de Dios, algo que es “tan cierto como en la mañana se levanta el sol”.
Con impaciencia piadosa sabemos y confiamos que en Dios se encuentra el verdadero amor, y que Dios logrará liberarnos de la esclavitud de nuestros pecados. Nada detendrá su salvación, que vendrá en su debido momento. Su amor brillará como el sol de la mañana que esperamos con tan piadosa impaciencia.
ORAR: Señor, que veamos hoy las muestras de tu amor para tener más esperanza. Amén.

IR: El pecado no tiene la última palabra y no nos dejará esclavizados para siempre.