Marcos 9:19-24 (La Palabra)
Jesús exclamó: — Gente incrédula, ¿hasta cuándo habré de estar entre ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganme al muchacho.
Se lo llevaron y, cuando el espíritu vio a Jesús, en seguida se puso a zarandear con violencia al muchacho, que cayó al suelo revolcándose y echando espuma por la boca. Jesús preguntó al padre: — ¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?
Le contestó: — Desde niño. Muchas veces ese espíritu lo arroja al fuego o al agua para matarlo. Si puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos.
Jesús le contestó: — ¡Cómo “si puedes”! Para el que tiene fe, todo es posible.
Entonces el padre del muchacho exclamó: — ¡Yo tengo fe, pero ayúdame a tener más!
PENSAR: Con infinita paciencia, el Señor Jesús soporta nuestra incredulidad, una y otra vez. En vez de desecharnos, nos da otra oportunidad. Por eso alabamos al Señor Jesús, y le damos toda nuestra gratitud.
El episodio del muchacho endemoniado y su padre es uno de los benditos recuerdos del Señor Jesús que más nos revelan sobre el tema de la fe y de la relación entre padre e hijo. Ya hemos observado que el contexto de este encuentro es la transfiguración de Jesús y la declaración de la voz del Padre que ha dicho desde la nube: “Este es mi hijo amado. Óiganlo a él”. Así que el tema que domina el capítulo es la relación que –gracias al Hijo JesuCristo— podemos tener con nuestro Padre celestial en oración, y la manera en que esa relación se traduce en bendición para las relaciones entre nosotros, especialmente entre padres e hijos.
Aquel padre tenía una combinación de fe e incredulidad, así como todos nosotros. Podemos encontrar tres cosas en las que acertó, en medio de su confusión y situación caótica. Primero, acertó en llevar su necesidad ante el Señor Jesús. Él es quien tiene el poder para ayudarnos en nuestro momento de desesperación.
Además, acertó en incluirse a sí mismo también en el problema. Dijo: “Ten compasión de nosotros, y ayúdanos”. Supo que la aflicción de su hijo era problema suyo también. Cuando un miembro de la familia está mostrando señas de un padecimiento grave, no es sólo asunto individual, aislado, personal y singular. Es problema de toda la casa. El padre sabía que los ataques del enemigo le hacían daño a él también.
El tercer acierto de aquel hombre fue reconocer que la fe siempre va mezclada con incredulidad. Él nos ha ayudado a expresar lo que todos hemos sentido; todos los que formamos parte de esta gente incrédula, decimos: “Sí, Señor. Creo, pero ayuda mi incredulidad”.
ORAR: Señor, venimos ante ti con nuestra poca fe, para que nos ayudes a tener más. Amén.
IR: Todas las bendiciones que valen la pena provienen de una relación especial con Dios.