Marcos 9:5-8 (La Palabra)
Entonces Pedro dijo a Jesús: — ¡Maestro, qué bien estamos aquí! Hagamos tres cabañas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Es que no sabía lo que decía, porque estaban aterrados. En esto quedaron envueltos por una nube de la que salía una voz: — Este es mi Hijo amado. Escúchenlo.
En aquel instante miraron a su alrededor y ya no vieron a nadie sino únicamente a Jesús solo con ellos.
PENSAR: La iniciativa de Pedro nos dice mucho. Estar en la cima del monte, con el Señor Jesús transfigurado, y con los grandes héroes de la fe, Moisés y Elías, nos motiva a quedarnos ahí, en un arrebato sublime de contemplación. Es estar lejos de los dolores del mundo, lejos de las necesidades que inundan el ministerio, lejos del llanto de la humanidad. Es el deseo de quedarnos en las delicias que hay a la diestra de Dios para siempre. La gente puede venir a ver este prodigio, y nosotros podemos dedicarnos a organizar la entrada, con su respectiva tarifa, el tránsito y la salida de las multitudes de peregrinos que pueden venir a venerar la visión celestial. Así, podemos no sólo disfrutar de la transfiguración, sino también sacar provecho y ganancia, por medio del comercio de la fe. Esto es una iniciativa sin saber. Es hablar sin saber lo que se dice. Es lo que pasa cuando nos domina el miedo.
Pero en aquella ocasión, también se hizo presente Dios el Padre. La nube de la gloria de Dios los envolvió a todos. Es la nube que cubría el tabernáculo de reunión, y que llenó el templo en su consagración. Es la nube que guio a los hijos de Israel por el desierto hacia la tierra prometida. Es la nube que oculta y acompaña el misterio de Dios. De la nube salía la voz del Padre. Es decir, que la voz de Dios se oyó por todas partes, sin tener un punto fijo de donde se producía, sino de toda la nube.
La voz de Dios interrumpió la iniciativa ignorante del discípulo, y puso en orden las cosas. El Hijo amado de Dios será quien diga qué se va a hacer. A él debemos escuchar. El Padre afirma al Hijo, señalándolo, identificándolo claramente, alabándolo como su amado, y entregándole la batuta como director en jefe. El Señor Jesús es quien manda. Lo que él ordene es palabra de Dios que da vida.
¡Qué relación tan hermosa la que hay entre el Padre y el Hijo en la divinidad! El Hijo honra al Padre, y hace su voluntad. El Padre cree en el Hijo y expresa públicamente su amor, afirmación y admiración. Es un ejemplo de relación bendita para nosotros hoy. ¿Cómo hablamos de nuestros hijos e hijas? ¿Y cómo nos dirigimos hacia ellos?
ORAR: Señor Jesús, habla tu palabra de vida eterna. Queremos escucharte. Amén.
IR: Todas las bendiciones que valen la pena provienen de una relación especial con Dios.