1 Samuel 3:6-7 (La Palabra) El Señor volvió a llamar otra vez a Samuel y este se levantó y se presentó ante Elí, diciendo: — Aquí estoy, presto a tu llamada. Elí contestó: — Yo no te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte. Y es que Samuel todavía no conocía al Señor, ni se le había revelado su palabra. PENSAR: Tal y como somos, el Señor nos invita a servirle. Por su palabra, nos llama a ser siervos y siervas de su buena voluntad. Con su sello marca nuestro corazón como su propiedad, y vive en nosotros por la fe. En la vocación de Samuel encontramos algunos aspectos básicos de toda vocación de Dios para sus siervos y siervas. Evidentemente no todos los casos son iguales, y cada historia tiene aspectos singulares que la hacen especial. Pero en general, todos compartimos el encuentro con la palabra de Dios que nos llama para atender alguna necesidad específica en el pueblo y en el mundo de Dios. El llamado ocurre en el contexto de una relación estrecha de amistad con Dios. El pequeño Samuel vivía en la casa de Dios. Además, el llamado ocurre en el contexto de una ocupación de servicio en los asuntos de Dios. Samuel estaba ahí para servir, para ayudar en las tareas que fuera necesario hacer para tener siempre limpia y funcional la casa de Dios. Hoy vemos un principio más, que tienen en común todas las historias de vocación: la importancia de saber distinguir y reconocer la voz de Dios. En todas nuestras historias hemos tenido que aprender esta habilidad de escucha. Aprender a escuchar forma parte de crecer en la fe. Y cuando se trata de Dios, es fundamental poner a trabajar el oído espiritual para distinguir cuando la voz que nos llama viene de Dios o de alguien más. Esto es lo que pasó en el caso del pequeño Samuel. El texto bíblico narra la historia con cierto ingrediente de travesura, como un relato alegre de conocimiento y reconocimiento entre Dios y Samuel. Pero este episodio refleja muy bien la experiencia de toda persona que ha sido llamada por Dios a servir. Tenemos que aprender a escuchar. En muchos casos, nos escondemos y ponemos excusas ante la llamada de Dios. Llegamos a la conclusión de que no es Dios quien nos llama, sino alguna otra voz del mundo, de la sociedad, de la iglesia, o de alguien más. En otros casos puede ser al revés. Queremos ver llamadas de Dios en todas las voces que suenan, y al seguirlas, nos damos cuenta de que son callejones sin salida. Sea cual sea nuestra historia, siempre hay que tomar en cuenta que Dios es sorprendente. Dios está preparando una gran bendición, y habrá que estar listos para participar en ella. No pensemos que Dios es indiferente y que no se interesa por nuestra participación en su obra de bendición. Dios nos conoce y nos ama inmensamente. Nos dio la vida y nos formó, nos conoce mejor que nadie. Es el Dios que nos llama. ORAR: Oh Dios, ayúdanos a aprender a escuchar tu voz. Nos conoces y nos invitas a andar en tu camino. Guíanos. Amén. IR: Conozcamos más profundamente nuestro llamado. Es un regalo de Dios para servir a su pueblo y a su mundo. Dios nos conoce y nos llama.