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Juan 11:35-45 (La Palabra)
Jesús se echó a llorar, y los judíos allí presentes comentaban:— Bien se ve que lo quería de verdad. Pero algunos dijeron:— Y este, que dio vista al ciego, ¿no podría haber hecho algo para evitar la muerte de su amigo? Jesús, de nuevo profundamente emocionado, se acercó a la tumba. Era una cueva cuya entrada estaba tapada con una piedra. Jesús les ordenó:— Quiten la piedra. Marta, la hermana del difunto, le advirtió: — Señor, tiene que oler ya, pues lleva sepultado cuatro días. Jesús le contestó:— ¿No te he dicho que, si tienes fe, verás la gloria de Dios? Quitaron, pues, la piedra y Jesús, mirando al cielo, exclamó:— Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que me escuchas siempre; si me expreso así, es por los que están aquí, para que crean que tú me has enviado. Dicho esto, exclamó con voz potente:— ¡Lázaro, sal afuera! Y salió el muerto con las manos y los pies ligados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:— Quítenle las vendas y déjenlo andar. Al ver lo que había hecho Jesús, muchos de los judíos que habían ido a visitar a María creyeron en él.