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Marcos 14:17-21 (La Palabra)
Al anochecer llegó Jesús con los Doce, se sentaron a la mesa y mientras estaban cenando, Jesús dijo: — Les aseguro que uno de ustedes va a traicionarme. Uno que está comiendo conmigo.
Se entristecieron los discípulos y uno tras otro comenzaron a preguntarle: —¿Acaso seré yo, Señor?
Jesús les dijo: — Es uno de los Doce; uno que ha tomado un bocado de mi propio plato. Es cierto que el Hijo del hombre tiene que seguir su camino, como dicen de él las Escrituras. Sin embargo, ¡ay de aquel que traiciona al Hijo del hombre! Mejor le sería no haber nacido.

PENSAR: De pronto la atmósfera se llenó de tensión y comenzaron a inquietarse por el anuncio de Jesús. Habían estado cenando como una familia, celebrando la Pascua—la fiesta de la liberación. Conversaban unos con otros, sin duda recordando tantas experiencias vividas en el seguimiento de su Maestro. Cada uno se acordaba de algún detalle personal en su relación con Jesús. ¿Cuándo comenzó a llamar a Jacobo y Juan “los hijos del trueno”? ¿Cómo reconoció a Natanael como “un verdadero israelita”? ¿Qué pasó con la mesa de los tributos cuando Mateo dejó de ser cobrador de impuestos? ¿Y cómo olvidar esa pesca milagrosa, cuando dejaron bien abastecidas las casas de los discípulos pescadores para poder salir en itinerancia siguiendo a Jesús?
Ahora estaban en Jerusalén. Su Maestro había purificado el templo, en un despliegue de autoridad que mantuvo durante días, enseñando y polemizando con los diversos grupos de influencia. En la imaginación de los discípulos, el Señor seguramente estará planeando algo para establecer su reino en Jerusalén. Pero este anuncio de una traición originada desde adentro ha cambiado el ambiente de la cena. Todos se entristecieron.
Conocen a su Maestro, y saben que no habla de balde. Cuando él dice algo, es verdad. No se trata de una ocurrencia espontánea y gratuita. El cielo y la tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán. Por eso comenzaron a preguntarle uno tras otro con tristeza: “¿Acaso seré yo?”
La desilusión es una forma de tristeza, porque nos invade la sensación del derrumbe de todo lo que se ha construido en una relación importante. Los discípulos se entristecen pensando que se puede fracturar la relación especial que cada uno ha cultivado con su Maestro. Y el Señor también se entristece (incluso hasta la muerte) con un sentimiento agobiante de desilusión.
¡Cuánto tiempo invertido en la capacitación y enseñanza! ¡Cuánto afecto y amor derramado! ¡Cuántas lágrimas entre consejos, regaños y palabras de aliento en la tarea pastoral! Para el Señor, y para toda persona en el ministerio, la desilusión es parte de la experiencia de la cruz. El dolor de la crucifixión no es sólo físico; también es emocional. Ahí, Cristo nos muestra que conoce bien todo lo que sus siervos y siervas han sufrido y sufrirán en la tarea pastoral.

ORAR: Señor, ¿podemos identificarnos contigo en lo más doloroso de tu cruz? Danos paz. Amén.

IR: El pueblo de Dios no debe nunca dejar de asombrarse por la maravillosa gracia de Dios.